El ángel

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Stella Rathburn se paseaba del brazo de Francesco Boggio en un vestido azul oscuro tan corto que sólo podías maldecir el clima por no enviar un viento más fuerte.

Debido a que por Halloween se daban pases especiales para evadir el hechizo que prohibía aparecer directamente en Diringher, por todos lados deambulaban estudiantes que evidentemente no eran de la academia, intentando localizar a sus parejas en la multitud. A lo lejos,  muchos diringherianos se desaparecían para ir a otras fiestas y en general, se percibía un ambiente festivo de lo mejor. Lástima que fuera a pasarlo sentado en alguna mesa, mientras James intentaba jugar a la ruleta rusa versión “intentemos conversar con Irina Britt”.

De alguna forma, la gente volteaba a mirarnos. Y estaba seguro que muchos apostaban que era la última vez que nos veían ilesos.

Ocupamos una mesa tan alejada que pensé que James intentaba ocultarse.

—Te das cuenta que estamos casi escondidos aquí y que sólo le facilitas las cosas a Irina para que nos asesine, ¿verdad?

—Ella no lo haría frente a Emmeline —sonrió James.

Iba a responder pero entonces dos figuras descendieron por la escalera central y el mundo se puso de cabeza.

En ese momento pasaron muchas cosas. Para empezar, que perdí la respiración y que intenté no romper la silla por la tensión acumulada.

Yo admitía que Irina era bonita. No, corrijamos eso: yo sabía que era hermosísima (incluso para ser vampiro). Pero verla caminar con ese vestido rojo fue cosa de otra dimensión y, créanme, he estudiado bastantes en clase de Harewood.

Irina Britt era perfecta. Listo, tenía que sacarlo de mi sistema. Era alta y esbelta, se movía con una gracilidad infinita. El vestido le marcaba un cuerpo delgado con curvas tan suaves que la hacían ver como un animal demasiado hermoso para describirlo. Sus piernas… ¡por todos los dioses! Eran interminables. El escote que se deslizaba desde la parte alta de su muslo izquierdo hacia abajo, sencillamente exquisito.

Casi podías ver las lágrimas contenidas del resto de las chicas ante su innegable perfección. Pero todas ellas llevaron a cabo su papel de no permitirle ingresar al salón en medio de un silencio lleno de admiración e impotencia, aunque los murmullos se apagaron considerablemente.

James casi me arrastró a través del mar de gente para alcanzarla. Cuando estuvo frente a ella, sólo atinó a tomarla de la mano, inclinarse y depositar un beso mientras se la comía con los ojos. Muy poco sutil, debo acotar.

Irina no desvió la mirada ni su mano. En medio de esa quietud, alguien se movió a su lado. Tardé un segundo en reaccionar pero logré desviar la vista hacia la silueta que apenas había notado. Y, por segunda vez en la noche, perdí el aliento.

Junto a ella, Emmeline era un contraste radical. Mientras Irina tenía el rubio cabello lacio que le caía en una cascada de seda por la espalda, Emmeline llevaba sus rizos castaños enmarcándole el rostro. Irina llevaba el rojo que destacaba su cuerpo; Emmeline se fundía en su vaporoso vestido perlado. Irina parecía la encarnación de la lujuria, Emmeline era inocencia en cada centímetro. Irina era un diablo de fuego, Emmeline… ella era un ángel.

Comprendí que debía hacer algo más que quedarme mirándola. No quería carraspear ni sacudir la cabeza y lucir idiota. Empecé a parpadear una milésima de segundo más rápido de lo normal. Imité a James, la tomé de la mano y la besé con delicadeza.

—Feliz Halloween —conseguí decir.

Ella me dio una sonrisa floja y desvió la vista hacia Irina, como si esperara que ella decidiera qué hacer a continuación.

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora