S E I S

7.6K 618 20
                                    

Aprendí, en momentos tan devastadores como gloriosos, que la vida se basa en pequeños instantes de felicidad dentro de un enorme hoyo de tristeza y depresión. No necesariamente esos sentimientos, más bien en general «sentimientos negativos». Cada día nublado y devastador tenía su calma y su arcoíris, pero nadie aseguraba que después de aquel temporal las cosas volvieran a repetirse. Lo harían, una y otra vez, quien lo sufriera debía poder soportarlas y conllevarlas, o bien: dejarse llevar por aquellos malos días grises y perderse en las penumbras y caer en el olvido. Porque era así, como había dicho alguna vez Charles Darwin; solamente el más apto era capaz de sobrevivir a la crueldad y las torrentadas que en el mundo había.

Era esa la desgracia por la que me tocó pasar y a la que extrañamente sobreviví, un golpe de alivio y felicidad entre tanta negatividad, pero no perduró lo suficiente como para disfrutarlo, sólo para recordarlo. Mi familia me recibió con pasión y anhelo en la casa que alguna vez también fue mía, pero no duró lo suficiente como para poder sentirlo, no caló dentro mío como quise que lo hiciera; ellos me echaron tan pronto como me senté en la mesa y respiré profundamente, con el único pensamiento de que había podido escapar de las garras de los psicópatas. La ilusión y alivio cayó a mis pies cuando mi propia familia me echó de esa casa.

—Debes irte, no puedes estar aquí.

Maya fue quien habló primero, quitó la taza de café que posaba entre mis manos y con descaro me señaló la puerta de entrada. Esperé encontrar apoyo en mi cuñado y mi hermana mayor, quise que alguno retractara a Maya y le dijera que estaba actuando de forma precipitada y maleducada. Eso nunca ocurrió.

—Tiene razón. Ellos te buscarán aquí. No deben encontrarte —acotó Mark con un deje de preocupación.

Yo estaba decayendo, mis ilusiones y mi felicidad se fueron al hoyo conmigo, caí a un abismo del cual dudaba poder salir.

—Jinny, vete antes de que sea tarde. —Esa fue Gianna, sus ojos estaban caídos y unas lágrimas mojaron su rostro sonrojado.

Esas palabras fueron lo último que necesité escuchar para saber que ellos no me querían ahí. Me estaban echando, fuera o no de forma sutil y sin malas intenciones, sabía que lo que menos querían era un problema más y eso era lo que yo era; un problema, un imán de negatividad. Era lo que nadie quería cerca.

El hospedaje que recibí fue el de una tía que vivía en la periferia del Estado, muy lejos de Little Rock. No era un punto perdido en el mapa ni un pueblecillo más, pero allí no se encontraban las mejores universidades y nadie se quedaba una vez que crecían. Volvían de grandes a criar a sus hijos en paz, es por eso que abundaban las escuelas primarias y secundarias. Allí vivía la tía Anne. Una mujer despechada por lo que a mi familia respectaba, odiaba a los vampiros (aunque se haya juntado con uno), prefería aburrirse en su casa y ser mantenida por su pareja a recibir su propio sueldo. Se alimentaba de comida chatarra o instantánea y una vez por mes contrataba a alguien para que le hiciera una limpieza a la casa. Entonces, cuando llegué a su casa pidiendo asilo, ella encontró la oportunidad para dejar de gastar (¡Una vez por mes!) en personal de limpieza y decidió hospedarme allí a cambio de que le hiciera las compras, limpiara la casa y, si se necesitaba, fuera el alimento de su amante; un señor fornido con más pircings y tatuajes que piel, tenía un dedo de frente y se comportaba como un verdadero imbécil.

—¡Jinny! ¡Ve a comprar las pizzas de una vez! —me gritó Anne desde su habitación. Más que seguro se estaba regocijando, mirando la televisión con un pie sobre el otro, porque era lo único que sabía hacer.

Siquiera se trataba de pizzas hechas, sino más bien de prepizzas que pudiera congelar y comer cuando quisiera, porque una pizza no le duraba tanto como quería y se ponía fea.

Jason ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant