E P Í L O G O

1.8K 121 13
                                    

Me derrumbé en el asiento del coche y cerré mis ojos. Sentía mi cuerpo pegado, sucio y maloliente. Sentía la sangre reseca sobre mi piel, en mis manos, en todo mi cuerpo. Mi ropa estaba rasgada, y ya sólo me cubrían retazos de tela que con suerte cubrían todas mis partes íntimas. Estaba exhausta, solamente quería llegar a casa, bañarme y recostarme. Estaba cansada de eso.

—Creo que su equipito se dividió en dos, eran muy pocos. Todavía queda mucho por hacer —habló Alix.

Estaba al volante en la furgoneta negra. Él estaba impecable; su ropa alineada y bien acomodada, con algunos tirones en ciertas partes, pero al menos seguía limpio.

La realidad es que nada había terminado.

Para mi sorpresa, nadie en este mundo sabía de la existencia de lo que yo era y de lo que podía hacer, tenían... una breve descripción de mí; yo era una quinta sangre, una vampiresa menudita y pequeña, novia del líder del grupo de vampiros supremo. Sí, supremo. Incluso dudaba de que supieran qué era quinta sangre y de dónde provenía.

La legión de Jason obtuvo más reconocimiento después de la guerra, incluso se volvió más conocido que el concejo supremo de vampiros. Todos inclinaban sus cabezas ante nosotros en América y también en pequeña parte de Europa. Ahí fue donde Itza y yo salimos a relucir como las parejas de dos de los miembros del grupo supremo. Yo, para todos ellos, era una vampiresa debilucha que no sabía defenderse por sí misma.

Y yo prefería que así lo creyeran.

Había un millar de vampiros que reclamaban tantas cosas absurdas a Jason y alguno de ellos se tomaba el atrevimiento de intentar cometer secuestro conmigo para manipularlo y obtener lo que quisieran. Es ahí donde saco las garras y ninguno de los dichosos secuestradores se enteran de lo que pasó, no sin antes estar muertos. Lo que ante sus ojos, en vida, era una vampiresa débil; segundos antes de su muerte conocían la verdadera mirada del diablo.

Es por eso que mi fachada inocente me sacaba de apuros.

Alix me miró por el espejo retrovisor y cabeceó hacia Jason. Él estaba mirando a través e la ventana con su ceño fruncido, se veía muy molesto, rabioso, con una furia implacable dentro suyo que luchaba por salir. La fiera estaba enojada, y yo era la única que podía domarla.

—Hey, todo está bien. —Tomé su mano a pesar de la sangre que manchaba la mía. Me miró, decepcionado consigo mismo. Apreté el agarre, para que supiera que estaba ahí, que estaba con él, y que no tenía la culpa de nada—. Estamos bien. No te preocupes.

Suspiró. Me devolvió el agarre, y con su pulgar acarició el dorso de mi mano, lentamente, limpiando esa zona ensangrentada, asquerosa. Necesitaba un baño urgente.

—Algo tendrá que cambiar —sugirió. Alix nos dirigió una mirada preocupada—. Podemos decirles..., no todo, lo suficiente para que dejen de molestarnos, para que no te utilicen como cebo cada vez que se les da la oportunidad.

—No se detendrán, Jason, solamente sabrán usar armas más poderosas contra mí. —Era la verdad. Su obsesión era tanta, que no iban a dejarnos en paz solamente porque supieran que tenían tal vez la suficiente fuerza como para defenderme. Eran necios, testarudos, y no estarían entendiendo al peligro al que se estarían sometiendo—. Podrías... Es... es arriesgado. Pero podrías hacer algo, demostrarles de alguna forma que meterse con nosotros es lo último que quieren.

Se mordisqueó el labio, mirándome.

—Eso haré. Les meteré tanto miedo que se rellenarán como pavo, los hijos de puta.

Me reí, para aligerar el ambiente, para quitar la tensión que flotaba sobre nosotros y para que Jason tuviera buen humor, porque él siempre decía que mi risa era la melodía más hermosa que escuchó jamás. Bobo, cursi, pero lindo. Un estúpido enamorado, había dicho Félix una vez.

Jason ©Where stories live. Discover now