S I E T E

7.4K 619 37
                                    

Tardé demasiado tiempo en tomar una decisión. Desde el principio supe qué era lo que debía hacer, pero llevar a cabo lo que tenía en mente era muy difícil; desafiaba mi valentía y orgullo y mis nervios estaban de punta, porque me aterraba lo que iba a pasar, no sabía que me deparaba el futuro. No temía por mí, porque en algún punto dejé de temer a la muerte y, en su lugar, comencé a temer por mi familia, porque los amaba y cualquier vida donde ellos no fueran incluidos era sinónimo de infierno. Y esa vez, el más vulnerable de la familia estaba involucrado. Se habían llevado a Alex por mi culpa, por no querer arrodillarme ante ellos y darle lo que querían, por querer luchar por mí. Y solamente me quedaba esperar y suplicar para que no le hicieran daño.

Iba de camino a la casa de donde escapé hacía semanas atrás. Las calles se estaban volviendo más reconocidas con cada paso, lugares como donde los vi por primera vez o las calles que recorrí cuando escapé de ellos. Todo era extrañamente conocido, pero se veía muy triste, claustrofóbico, no quería estar ahí, porque esas calles, esas que me habían dado la libertad, me estaban conduciendo a una muerte segura, una despiadada y cruel. Todo se hacía más angosto y más pequeño, sin escapatoria, me sentía encerrada. Me rendí. Y cuando mis pies pisaron las baldosas frente a la casa, tuve unos segundos para tomar aire y quitar todos los nervios de encima; no funcionó. La puerta se abrió antes de que yo levantara el brazo para golpear. Una mano me jaló dentro y la puerta se cerró de un portazo a mi espalda. No supe quién me estaba arrastrando por los pasillos de la casa. Las paredes se caían sobre mí, los pasillos eran angostos y claustrofóbicos, las luces no alumbraban y el aire era escaso. Estaba en el infierno mismo.

Una puerta fue abierta frente a mí y yo fui lanzada dentro sin piedad. Mis pies se trababan en el cemento del suelo y caí, raspando mis rodillas y piernas. Mis manos se ensuciaron con el polvo del piso cuando las apoyé sobre él para poder mantener el equilibrio. Respiré hondo. Mi mundo se destruyó cuando un lloriqueo, seguido de un sollozo, retumbó en las paredes. Fue débil y agudo, pero pude reconocerlo fácilmente.

Eso no podía estar sucediendo.

—Ji... Jinny, ayúdame —sollozó Alex mientras sorbía su nariz.
Tenía sus ojitos rojos e hinchados, su rostro estaba mojado y su cabello revuelto.

Jason estaba agarrando a Alex por su muñeca, esta estaba roja y marcada por sus dedos. Alex colgaba a su lado, con sus pies sin poder tocar completamente el suelo y llorando por la fuerza que oprimía su brazo. Intentó correr hacia mí, su cuerpo rebotó en el aire cuando Jason lo jaló con brusquedad hacia atrás y lo derrumbó en el suelo sin mucho esfuerzo, raspando su cuerpo con el cemento. Jason apretó aún más su muñeca, consiguiendo que Alex chillara y se removiera. Le estaban haciendo daño a un niño, a mi niño, a un jovencito de corta edad, él no debía pasar por eso, era injusto que su niñez se viera destrozada de esa forma. Y por mi culpa.

Mi rostro estaba mojado, mis lágrimas caían sin filtro, en ese momento ya no me importaba quedar en ridículo ni perder mi dignidad, solamente quería que dejaran de hacer sufrir a mi príncipe. Él era el alma más pura de mi familia y yo lo amaba.

—¿Qué haces? —Intenté arrastrarme hacia Alex, pero alguien tiró mi cuerpo hacia atrás y me impidió moverme, luché para salir de ese agarre, pero no pude—. ¡Suéltalo, maldito psicópata! ¿Qué no ves que le haces daño? —grité con dolor.

Nadie me hizo caso, a nadie le importaba cuánto yo luchara por conseguir que no dañaran a Alex, no tenían ni una pizca de piedad, no por mí, sino por un niño pequeño que no tiene la culpa de nada.

Todo era mi culpa.

Iba a matarlos, a cada uno de ellos.

Jason sonrió de lado, una sonrisa muy macabra y retorcida—. ¿A qué te refieres? ¿A esto? —preguntó retóricamente.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora