T R E I N T A Y S I E T E

3.2K 246 5
                                    

Tomé mi tiempo en correr al descampado de entrenamiento. Los gritos y disparos se comenzaron a escuchar apenas subí las escaleras. Cada paso que daba en dirección al descampado era un punto más de preocupación y serenidad sumado en mi cuerpo.

Logré traspasar las grandes puertas cuando pude al fin divisar lo que ocurría. Era algo difícil diferenciar mis tropas de las enemigas por sus apariencias, por eso era que cada bando tenía un olor característico para poder ser diferenciado. Entonces, la mezcla de madera amarga con el peculiar aroma a flores de las tropas enemigas hizo mi nariz escocer por la mala combinación de olores.

Eran escasos los que luchaban con armas de fuego, en especial mi bando, incluso eran los que estaban en desventaja por estar mal formados y por no tener estrategias.

Esa parte preferí dejársela a Dann, la formación y estrategia del ejército podía meterme en problemas, unos que todavía no quería afrontar.

—¿Qué hago? —La reconocida voz de Félix llegó en un susurro a mi oído.

Él se encontraba unos pasos detrás de mí, admirando lo que segundos antes mirada yo. Por la mueca en su rostro supe que se acaba de dar cuenta del desastre que había en el campo.

—Ve a la izquierda y mantén que todo ahí esté estable —le ordené de la misma forma, susurrando.

—¿Qué traes en mente?

Suspiré, pasé mi mano por mi cabello para después llevar ambas y atarlo en una cola alta.

—No lo presiento, sé que no es el momento. Debemos mantenerlos y hacer que se rindan, por ahora...

—Entiendo, cuídate.

Corrió escaleras abajo y desapareció entre una multitud de vampiros. Sorprendente, el otro bando había tenido el descaro de incluir unos cuantos hombres lobos; siendo dos especies de guerras constantes, me llevó a pensar en que debieron ser lobos sin manada y con un acuerdo especial.

No perdí más tiempo y bajé las escaleras.

Unos pasos fueron los que caminé, cuando un aroma dulce comenzó a percibirse. Dulce, empalagoso, rico, único. Nostálgico. Melancólico.

Llegué a la unión de los dos bandos en la zona derecha de una forma espantosa. Había un hombre, uno robusto y corpulento y maloliente; no estaba en todos sus sentidos. Sus golpes eran mortales y su mirada destilaba más que sólo odio; te daban una promesa de muerte, una dolorosa y lenta. Ese hombre me miró y una corriente atravesó mi cuerpo. Él saltó sobre mí con sus garras estiradas, apuntando directamente a mi corazón, para arrancarlo y apisonarlo. Salté sobre él, y sin ningún sentimiento removiéndose en mi interior, a pesar de que él no me había hecho nada, clavé un cuchillo en su pecho, sobre su corazón muerto. Su cuerpo se pulverizó en el aire. Y desapareció. Me sentí mal, me sentí una mierda. Lo había matado, sin piedad, sin pensar.

Yo maté.

Me mentalicé diciéndome que esa no sería la única vez. Yo tenía que acabar con todo eso, con cada uno de esos hombres, y yo iba a conseguirlo. Pero tantas personas... algunas llevadas obligatoriamente...

Era duro, pero iba a hacerlo por el bien de todos. El bien común. ¿Eso estaba bien? No, no lo estaba.

Eran ellos o el mundo entero, millones de inocentes.

Usé todo lo que sabía, lo que eran técnicas de defensa y ataque, la mayoría de los ataques eran terminales, así es como me habían enseñado. Sentía una corriente recorrer mi cuerpo cuando tenía que atacar a alguien.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora