V E I N T I T R É S

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Cualquiera podía fácilmente darse cuenta que estaba taladrando mi cabeza con puras teorías, pensamientos sin sentido, sin rumbo alguno, solamente con el fin de encontrarle un porqué a todo lo que me estaba pasando.

No sabía en qué creer, en qué no y qué era lo suficientemente loco como para olvidar totalmente y dejar mi mente en paz.

Alix había informado, justo después de recibir dicha información, un par de cosas que, según Cornel, debían guiarnos hacia lo que fuera que debía guiarnos. Nadie lo sabía, pero parecía ser que ya había un camino trazado para mí y que debíamos seguirlo, sin importar cual fuera el destino.

Después de volver en coche al hotel, hace cuatro días, esperamos a que los demás llegaran en la furgoneta blanca y salimos rápidamente hacia el aeropuerto Cluj-Napoca, horas después arribamos en el aeropuerto de Adams Field, en casa. Ahora, tres días después, Jason avisó que debíamos esperar unos días más hasta que se resolvieran asuntos pendientes allí, para luego viajar a Washington DC. Debíamos hacer centenares de trámites en ese Estado. Allí había una especie de palacio en una zona rural, en donde yacían cuatro libros principales (por lo que me dijo Jason): leyes humanas, leyes vampírica-humanas, leyes vampíricas y leyes de la licantropía. Eran los más destacados, ya que había muchos libros más. Era difícil acceder a ese palacio, porque contenía objetos y libros valiosos (como las leyes) que necesitaban ser protegidos a toca costa. Yo debía ser una especie de llave para poder entrar en ese lugar. Como el diario decía: un cuarta sangre podía cambiar todas las leyes. Yo podía ser capaz de entrar y hacer todo lo que quisiera. Pero no iba a hacerlo, claro que no.

Aún, a pesar de que hubieron pasado varios días, no digería bien tanta información. Siempre intentaba encontrarle la vuelta, el lado irracional, sin embargo, terminaba rindiéndome, puesto que todo encajaba y todo tenía sentido, las piezas se juntaban y el rompecabezas estaba armado, pero no terminado. No, nunca iba a estar terminado.

Había cierta felicidad, tal vez alivio, en los rostros de Los Siete, pero no podía pasar por alto el hecho de se sentían incómodos con mi presencia. Podía ser descendencia de un cuarto cangre, pero ¿por qué la incomodidad? No era peligrosa, era humana. Aun así sentía que tenía una bomba sujeta a mi cintura y que iba a detonar en cualquier momento. Ese era un tipo de peligro que no dependía de mí, sino de quién era y en quién me había convertido. Yo me había convertido en víctima de mí misma.

—¿Otra vez pensando?

Pude sorprenderme notablemente cuando dispersé la nube de pensamientos y lo vi. Dean se tiró en el sofá, en frente de mí, y se recostó.

—Sí... —respondí con desánimo.

Era lo único que había estado haciendo. Sacaba muchísimas conclusiones con todo, descartaba millones de teorías y repasaba cada cosa que el viejo de la choza en Rumania nos había dicho. Después de todo lo que oí de él, acaso ¿mi vida seguía siendo mía?

—¿Por qué? No hay nada por lo que preocuparse.

—Eso crees tú —refunfuñé.

Creía que nadie (excepto Jason, Dann, Alix y yo) estaba al tanto de la situación que estaba ocurriendo, porque bien sabía que su incomodidad se debía a tener que convivir conmigo y no a los muy probables problemas a los que verdaderamente nos enfrentábamos. En ese tema, ellos eran ingenuos.

—Eres un quinta sangre, ¿y?, no es el fin del mundo, y mucho menos causarás la cuarta guerra mundial.

¿Guerra mundial? No lo había pensado, pero cuánta razón cargaba. ¿Yo era tan peligrosa como en el diario se mencionaba? No era vampiro, después de todo. No sería diferente al resto de no haber sido por el aroma de mi sangre.

Jason ©Where stories live. Discover now