D O C E

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Deseé con mucha intensidad, y con toda mi alma, desaparecer. Estaba acabada. Siempre lo estuve, siempre supe que algo terminaría mal, pero no de esa forma, no en ese momento, no tan pronto. No hundiendo a otros conmigo. Yo quería caer sola, no quería arrastrar a nadie. Y eso fue lo que hice.

Jason carcajeó sin gracia, tomando el puente de su nariz entre sus dedos. Mis vellos se erizaron.

—Eras mía, ni siquiera te importó seducir a otro vampiro. Que perra eres.

Sonreí. Sí, sonreí. No supe si el sentimiento que me envolvía era la inútil valentía de siempre o era el cólera que sentía, porque estaba harta. Harta de todo.

—No escapé, queriendo volver. No quise encontrar el diario, ni que ustedes me persiguieran. No quise que me secuestraran, ni escapé, planeando regresar... —Para entonces, mis ojos estaban acuosos, con mis lágrimas al borde de caer, a punto de revelar lo débil que era. Pero eso no iba a suceder—. Yo no quería nada de esto —suspiré—. Hagan lo que quieran conmigo... nunca obtendrán el diario.

¿Por qué luchaba tanto por algo a cambio de mi felicidad, de mi vida? ¿Por qué me sometía a eso, a ellos? Me lo pregunté, una y otra vez. ¿Valía la pena? En ese momento, para mí valía más que mi vida. Yo no iba a arriesgar la raza humana, la sociedad que conocíamos actualmente solamente para salvarme. Por más que eso acabara conmigo.

La idea me aterraba. Estaba hecha un manojo de nervios. Me desarmé en el sofá por la falta de fuerza, porque mis piernas ya no soportaban el peso de mi cuerpo. No sabía qué hacer, ni qué decir, yo no podía seguir así. Había otras formas de conseguir mantener el diario en el anonimato y salvarme a mí misma. Una salida rápida, sencilla y donde los siete maquiavélicos chicos no estuvieran incluidos. Yo no tenía esa fuerza de voluntad. Yo era inútil.

—Llévenlo a donde ya saben, luego iremos nosotros.

Forcejearon. Félix se quejó y pataleó hasta no poder, pero él no pudo contra ellos. Nadie nunca podía contra ellos. ¿Esa era mi culpa? ¿Por mi culpa Félix iba a tener ese final tan despiadado? Él se lo buscó, él decidió ayudarme, sin importarle las consecuencias. Pero yo tenía que ayudarlo, no podía dejarlo así.

—Levántate —ordenó Jason, su voz autoritaria.

Me negué. No quería, ya no. No quería acatar sus órdenes. No quería reconocer que ellos podían mandarme como se les viniera en gana, yo no era inferior, no quería serlo.

Me cubrí como pude, sentí mi cuerpo vibrar, sabía que estaba haciendo las cosas mal, sentí el impulso de obedecerlo. No. No iba a entregarme a ellos fácilmente, no sin luchar.

Con un suave roce de sus manos en mis rodillas desnudas y rojizas, detuvo mi corazón. Mi respiración se paró. Tomó mis muñecas y las jaló, las alejó de mi cuerpo. Mi fuerza era nula, no se comparaba a la de él. Un suspiro tembloroso escapó de mí. Mis ojos se conectaron con los suyos. Esperé ver odio, algo que indicara que quería hacerme daño. No encontré nada de eso, ni nada parecido.

Él estaba de cuclillas frente a mí. Mis muñecas, rodeadas por sus manos, estaban siendo acariciadas suavemente con sus pulgares por un leve vaivén. Tenía una mirada indescifrable. Soltó su delicado agarre y posó sus manos sobre mi rostro, sus pulgares se arrastraron por mi piel. No supe qué hacía, hasta que pude sentir el líquido transparente desplazarse en mi piel. Entonces me di cuenta de que había estado derramando lágrimas. Lágrimas innecesarias que ellos no se merecían. No sabía qué estaba sintiendo. Tenía una opresión en mi pecho, mi corazón estaba palpitando fuertemente, mi cuerpo temblaba, pero poco de eso era por el miedo y la rabia. No, era peor, mucho peor. Me gustaba.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora