O C H O

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El tiempo era eterno, sólo quedaba esperar a que la muerte me arrastrara silenciosamente a su lado, acariciándome e induciéndome en un sueño profundo. No quería abandonar mi vida, ni ese mundo, pero no sabía que iba a ser de mí, no quería sufrir las consecuencias de mis actos. Ellos iban a ser crueles, o eso era lo que pensaba.

Los segundos pasaban lentamente, tanto que parecían minutos: los minutos, parecían horas. Pero nada era así. El tiempo siseaba lentamente en mis entrañas y me carcomía la cabeza, el cuerpo y el alma. Poco a poco, dejaba de estar presente en el espacio y tiempo y me convertía en un ser desganado, a la espera de la oscuridad eterna. Estaba resignada. Eso no quería decir que no lucharía por mi vida: sí lo haría, pero no sería imprudente. Les demostraría a ellos lo que yo era, alguien con ataques de valentía en los momentos más inoportunos; los enfrentaría, les demostraría que conmigo no podían jugar. Pero me desmoronaría cuando mi vida pendiera de un hilo. Porque así era yo: Hielo por fuera y cristal por dentro. Porque podía no temerle a Jason ni a su escuadrón, pero dentro de mí, temblaba, suplicaba y me doblegaba por clemencia. Pero eso nunca nadie lo sabría.

Estaba sentada en el suelo de mi antigua casa. Mi ropa seguía mojada y estaba chorreando, mientras mis ojos se perdían en algún punto de la puerta, esperando ser abierta y cruzada a zancadas por quienes me harían la vida miserable. La lluvia no había cesado, sino todo lo contrario. La torrencial tormenta rompía en la ciudad con fuerza y fiereza, los rayos caían uno tras otro, asegurando la furia incontrolable de Zeus. O quizá, el desastre en el que yo me estaba convirtiendo.

Unas llantas rompieron el sonido de los chaparrones con un chillido agudo y poderoso. Las gomas patinaron y resbalaron en el asfalto, tomándose nada de tiempo para frenar. Ellos estaban furiosos y no tenían tiempo que perder. Ellos estaban ahí en mi búsqueda, para despedazarme. Sus pasos chapotearon en el portal de la entrada y una fuerza invisible desprendió la puerta de sus bisagras, las chapas salieron volando y la puerta cayó derrumbada frente al gran hueco, donde antes se encontraba. Las siluetas negras se movieron con fluidez, sus figuras imponentes se alzaron en la sala y, especialmente una, se acercó a mí. Su rostro oscuro, no pude verlo hasta que se detuvo frente a mí. Supuse quién era, pero el miedo no llegó a mí, sino hasta que vi su rostro maquiavélico e impaciente. La escasa luz no me permitía ver más allá que eso, pero podía notar su enfado; no lo demostré, pero lo sentía en lo más profundo de mi ser.

—Vamos, arriba. Antes de que me arrepienta mantenerte con vida.

Esa había sido su voz. Grave, tosca y ronca. Un escupitajo desagradable a mi presencia.

Jason extendió su mano. Sólo lo dudé unos segundos. No tenía escapatoria; era más fácil y más sensato para mí entregarme voluntariamente, porque ellos no se iban a quedar con los brazos cruzados. Obtendrían lo que querían de mí a como diera lugar. Excepto el diario, eso jamás.

Mi mano tocó la suya, tan fría como el hielo, sin vida, sin nada que sentir, transparente. Pero en algún momento fue cálida, y yo no pude entender por qué. En algún momento, sentí una chispa surcar nuestras palmas y tocar mi corazón. ¿Por qué? No lo sabía, y en sus ojos, poco, pero lo suficientemente expresivos, pude ver la confusión y el placer pasar, como una estrella fugaz. Ninguno de los dos comprendió, pero supimos que eso iba más allá que un simple roce de manos. Ojalá lo hubiéramos entendido en ese momento.

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Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora