T R E I N T A Y T R E S

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Mi mente daba vueltas y vueltas, intentaba encontrar la salida que ella sabía que iba a salvarla, aunque no pudiera elegirla, porque no podía salir, no le quedaba más que observarla, ver la libertad a cortos pasos, sin poder obtenerla.

Mi cabeza dolía, un punzante y persistente dolor por tener el atrevimiento de pensar más de lo que podía soportarlo.

Jason. ¿Por qué tenía que hacer todo más difícil? Sería fácil si hubiera podido olvidarlo rápido, entonces mis sentimientos no se iban a interponer y podía cumplir con mi deber rápidamente. No era así, no lo era. Sus hipnotizantes ojos celestes grisáceos, sus labios, el sabor de ellos; su nariz, la cual tanta gracia me hacía por su puntiagudo final; su cabello... Dios, su cabello era la gloria: suave, fino y largo, podía enredar mis dedos una y otra vez sin cansarme; su cuerpo, una escultura digna de admirar, voluptuosa y esbelta, sus músculos ligeramente marcados, pero denotando el arduo trabajo en el gimnasio; su abdomen marcado por el que descaradamente disfrutaba pasar mi mano, él solamente miraba, me dejaba hacer lo que quisiera, mas nunca decidí hacer más que recorrer su anatomía con mis manos, en la oscuridad de la habitación; por lo contrario, él no había puesto sus manos en mí con tanto descaro, una que otra pasada por mis atributos, riéndose de mi sonrojo, burlándose de mi leve enojo, pero al fin y al cabo obedeciéndome. Los jugueteos y las noches apegados se fueron con la llegada de nuestras peleas, las cuales fueron frecuentándose más y más debido a nuestras diferentes formas de pensar. Todo el afecto se redujo a miradas de soslayo, gritos e insultos; llegamos a herirnos sin querer hacerlo, a alejarnos, y a convertirnos en extraños que se amaban con locura.

Necesitaba cambiar eso, yo no podía amarlo. Yo no tenía que amarlo. Ahora pertenecíamos a bandos diferentes, éramos enemigos, el final de uno de los dos iba a ser la derrota y la humillación, posteriormente, la muerte, porque sabía que Dann no querría dejarlo con vida, quizá sólo se apiadara de Itza, el resto sería historia.

Los cambios repentinos, la nueva información, todo se hizo muy estresante para mí. Mente y cuerpo pertenecían a este lado, mi alma y corazón seguían en el lado de Jason. Mi ser estaba en guerra con sí mismo, indeciso, dividido en dos. Si no arreglaba mis propios problemas, si no ganaba mi propia guerra, en la que verdaderamente importaba iba a perder de cualquier forma, ya que estaba en ambos lados. Me iba a destruir a mí misma.

Mi lado racional ya estaba decidido, sabía lo que tenía que hacer, solamente tenía que convencer al irracional que lo que más me convenía no era Jason. No lo amaba ni tenía que hacerlo, era sólo un objeto más de la disputa, un desafortunado que iba a terminar en mal estado, un inútil más.

Los angostos pasillos de la mansión (Por desgracia, otra arquitectura enorme que soportar) de Dann, nombrada por él mismo como El Tártaro, eran más largos que en la Mansión de Jason. Las habitaciones eran relativamente pequeñas, de 4x4, aproximadamente. La decoración en sí parecía sacada de las películas de ciencia ficción, esas donde los sueños futuristas de sus autores se volvían reales. Los pasillos de gran altura y con su aburrido color amarillento eran decorados por cuadros abstractos que se alzaban con elegancia cada un metro en la pared. No obstante, ignorando la buena decoración, la angostura de los pasillos hacían el recorrido sofocante, y lo cuadros no podían apreciarse debidamente.

Llegué a un salón casi rústico donde me permití descansar. El lugar estaba en un sitio escondido en la mansión, por lo que no debería cruzarme con Dann.

Su altanería y arrogancia era insoportable, era demandante e irritante, cruzarme con él conllevaría tener una conversación que no estaba dispuesta a aceptar, terminaríamos sacando las garras y teniendo una discusión en la cual yo iba a salir perdiendo. La mansión estaba, literalmente, infestada de sus hombres; un chasquido suyo o una orden telepática y cuatro de sus hombres estarían sobre mí. Desgraciadamente, fue la experiencia.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora