T R E I N T A Y C U A T R O

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Hipocresía, egoísmo, indiferencia, ignorancia. Fingían que todo estaba bien, cuando no lo estaba, fingían simpatía, cuando deseaban la sordera e invisibilidad, salir corriendo y dejar en claro que aborrecían mi presencia.

Estaban las personas como Mark, quienes intentaban aligerar el ambiente, recuperar la comodidad y unirnos a todos, como antes. Luego estaban quienes eran como Maya, sin mostrar interés, su mirada y sus actos transmitían desprecio, sin embargo eran callados y guardaban sus opiniones o bien, dejaban que su cuerpo dijera todo lo que su boca callaba. Por último, el desorden mental que podía haberse generado en Gianna la aislaba de cualquier clasificación de personas. Actuaba impulsivamente, hablaba sin filtro, no quería escuchar; se asemejaba a hablar con un robot, uno que está programado para argumentar falsamente y atacar sin tener en cuenta otras opiniones. Y el único en desconfigurar al robot era su creador. Dann nunca iba a remediar lo que hizo en Gianna.

Una semana de entrenamiento sin descanso era lo que llevaba ahí: combates cuerpo a cuerpo, con armas blancas y de fuego, arcos y arpones. Daba gracias de no estaba en una zona rural, puesto que, siendo el caso, no habrían dudado en incluir la artillería pesada.
Mi cuerpo se sentía renovado. Cada día, luego de entrenamientos de más de 15 horas, unas gotas de sangre y ya estaba bien.

Pero mi mente, no había quién la cure. Todo se sentía pesado, pensar con claridad y sentir la libertad eran recuerdos lejanos, por los que podía llorar, luchar por mí era una borrosa opción del pasado. No perdí mi camino, mi rumbo seguía marcado y estaba fijo, no obstante, de un sendero recto y simétrico, se convirtió en una montaña rusa, con más bajos que altos, con más sufrimiento que momentos reconfortantes. Lo hacía bien, lo sabía; podía derribar a más de veinte hombres sin mayor esfuerzo, las balas no me atravesaban, mi puntería era casi perfecta, mis dones, los cuales practicaba a escondidas, eran cada vez más y mejorados. Pero, ¿quién me iba a salvar de mis problemas en mi interior? ¿Quién iba a reparar en mis estados de ánimo? ¿Quién iba a recuperar a la Jinny que sentía, a la que se defendía, a la que opinaba? Físicamente estaba de maravilla, mentalmente estaba rota, mi alma... Ella estaba renovada, y era una de las pocas razones por las seguía en el sendero. Mi alma seguía siendo pura y vivaz, sentía todo con intensidad, veía lo malo como lo bueno, pero siempre intentaba solucionar todo, y me devolvía la felicidad a la mente. Ella sabía lo que quería, sabía cosas que yo no, por lo que no sabía por qué siempre quería ir al mismo lugar; en sueños, se teletransportaba y me llevaba por calles y calles, atravesaba casas y mansiones, un recorrido que parecía saberse de memoria, llegaba hasta un lugar que reconocía con detalles, podía soñar con esos pinos, atravesar con felicidad el campo, sabiendo incluso la cantidad de metros que había desde los árboles hasta la construcción. Llegando a la arquitectura, viendo con recelo la puerta, esperanzada por ver su rostro en la ventana, desesperada por no poder oler su aroma, triste, porque al acercarme un paso más, todo se desvanecía, y regresaba a la misma habitación, sus paredes hostiles se caían encima de mí, la puerta llevaba a una caída infinita, la cama contenía clavos, su aroma repugnante. Mi alma se escondía y mi mente volvía a sumergirse en la oscuridad. Había sido así los últimos días, después de todo el esfuerzo, salía de mi cuerpo, y me sentía respirar, era como una luz de esperanza en el infierno ardiente. De llegar al descampado, esperanzada, la desilusión y, luego, devuelta a la realidad.

Altibajos, la mismísima montaña rusa, pequeñas subidas y bajadas, al llegar a la montaña más alta, la caída iba a ser verdaderamente severa. Un camino sin retorno.

Respirando la humedad del pesado aire de primavera, donde el aroma de las flores era lo que más escaseaba, las nubes cubrían el cielo, los pájaros no cantaban, todo era oscuro. No importaba si se desataba la lluvia y el viento, no importaba cuán torrentoso fuera el día, el campo de entrenamiento estaría igual de lleno, con hombres y mujeres derramando sudor y lágrimas, caminando por los charcos que ahogaban sus penas, incluso, algunos perdían la vida en los intentos fallidos de sobrevivir, sus cuerpos se pulverizaban y se elevaban al cielo como un polvillo más.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora