D I E C I N U E V E

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El sol ya se había ocultado y el cielo estaba oscuro y decorado por las pocas estrellas a penas visibles que eran opacadas por la luz radiante de los faroles de la calle. Eso era lo malo de vivir en la ciudad. Egoístamente los faroles no nos alumbraban a nosotros, por lo que nos encontrábamos en la oscuridad. Los rostros a penas visibles de los tres chicos que aparecían en mi campo de visión demostraron cierto miedo y confusión por quien fuera que se encontraba detrás de mí. Esa voz... aquella voz me había sonado muy familiar. No supe decir de quien era, pero estaba segura de que pertenecía a alguno de Los Siete. Solté un leve suspiro de alivio.

Yo solamente podía pensar en la suave cobija de mi cama y la almohada con funda de felpa. Quería tirarme de cabeza a la cama y dormir hasta el otro día, luego iba a tener tiempo para pensar en cómo decirles a Los Siete (especialmente a Jason) la ubicación del diario. Pero no, siempre iba a haber obstáculos; desde cuatro chicos dispuestos a secuestrarme hasta tener que soportar a Dann en casa, porque sí, se suponía que iba a quedarme a solas con Dann, según lo que él me había dicho la noche anterior.

—Oh, Russell —exclamó con notoria sorpresa (y falsa emoción) el tercer chico de baja estatura mirando detrás de Velkan y de mí.

Su cabello se ocultaba bajo una gorra negra con la palabra dead escrita en ella y sus ojos no eran tan apreciables por la escasa luz, pero podía verse que eran grisáceos o azulados.

—¿Qué lo trae por aquí? —preguntó Velkan detrás de mí con cortesía.

—Yo... —Ahí estaba otra vez esa voz. Intenté soltarme o girar mi cabeza y echar un vistazo sobre mi hombro, pero, muy a pesar de la pequeña estatura de Velkan, él seguía siendo más alto y macizo que yo; su hombro recto y firme me impedía mirar más allá y su brazo haciendo presión en mi estómago no me permitía girarme.

» La niña, déjenla ir.

Sin importar el respeto que tuvieran por aquella persona pude ver como los tres sonrieron con cinismo y gracia; el pecho de Velkan igualmente vibró en mi espalda. Hanno se soltó de los brazos del alto y le llevó unos segundos poder mantenerse de pie sin tambalearse.

—No podemos dejarla, porque... —Estaba más que claro que la razón por la que no querían dejarme ir era por mi sangre. Por otra parte, si le decían eso a Russel iban a revelar su fuente de "exquisita sangre" y él podía reclamarme y ellos, por cuestiones de jerarquía, debían entregarme sin siquiera rechistar. Así también funcionaban los grupos sociales de clase alta y clase baja entre los humanos.
» Yo la he marcado. Ahora me pertenece. Estaba por llevarla conmigo.

Y esa era la forma en la que se movían en siglos anteriores cuando poseían esclavos o mercader. Lo mismo se repetía y repetía con diferentes protagonistas y situaciones, pero era lo mismo, al fin y al cabo.

Russell soltó una risita muy indiscreta. Intenté encontrar el chiste, pero no pude. Porque no existía.

—La niña le pertenece a Powell. Dudo que a él le agrade que hayan intentado quitársela.

El rostro de Hanno palideció y su boca se entreabrió varias veces cual pez fuera del agua, intentaba encontrar las palabras adecuadas, quizás. Pude ver como una bola de saliva se abrió paso en su garganta. Todo sabíamos que en ese terreno ya no se podía luchar, a menos que quisiera una muerte segura.

—¿Po... Powell? Diablos —murmuró para sí mismo.

Hanno levantó su mirada y la dirigió hacia mí. Con descaro le levanté una comisura de mis labios, cargada de mucha arrogancia. Él miró a Velkan y con sus ojos le indicó que me soltara.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora