N U E V E

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Había... había sido un golpe de suerte. Poder mantenerme inconsciente por tanto tiempo, sin tener que sufrir la ira de nadie ni los malos ratos de tener que estar encerrada. Fue un descanso larguísimo para mí, pero que sólo duró dos días. Dos días de puro gozo.

Sabía que no iban a dejarme morir. Harían lo que fuese para mantenerme con vida, lo imposible. Pero ellos pretendían hacerme sufrir tanto como ellos quisieran y solamente devolverme la humanidad cuando esta quisiera desprenderse de mi cuerpo. Eso no era vida.

Desperté en un lugar muy incómodo y duro. Estaba desorientada, los primeros segundos no supe que había pasado, hasta que los recuerdos golpearon mi cabeza muy fuerte. Me encontraba sobre una mesa larga y ancha. Recordaba ese lugar; cuando había sido arrastrada por la casa para recuperar a Alex había visto esa habitación. Parecía ser el comedor. Estaba oscuro y cerrado, ninguna ventana lo iluminaba más que un ventanal lejano que provenía desde un pasillo fuera de mi campo de visión. Yo estaba en ropa interior con una fina sábana sobre mis hombros. Mi estómago estaba rodeado por una venda blanca, manchada con sangre en la zona de la herida. Me pregunté por qué no me habían curado con su propia sangre, ya que la sangre de vampiro tenía una habilidad curativa que regeneraba la piel u órganos destruidos (algo que ya habían usado conmigo antes), en vez de vendarme y desinfectar la herida. Estaba segura que iba a punzar todo el tiempo y cualquier movimiento, por más mínimo que fuera, iba a doler.

Alix no tardó en aparecer en aquella habitación. Elevó la comisura de su labio en un intento de sonrisa. Empezó a recoger unos objetos que había sobre una silla que seguramente había usado para curarme.

—¿Te sientes mejor? Hace unas horas no dejabas de gritar de dolor.

—Es la primera vez que estoy consciente... creo.

No tenía idea de que había estado despierta antes. Por más que haya intentado rebuscar en los recuerdos de mi cabeza, no había nada. Estaba en blanco, vacía. Todos mis recuerdos más resientes eran borrosos e incompletos.

—Está bien, la mente humana suele suprimir cosas como esas. No te preocupes, estarás bien mientras te cuides.

Mi nariz se arrugó. Yo podía cuidarme tanto como quisiera, pero mi salud no siempre dependía de mí, sino también del humor que Jason tuviera y el autocontrol suficiente como para no querer arrancarme la cabeza con tan sólo verme. Era una relación tóxica, más con él que con cualquier otro de su séquito.

—Gracias. —Destruí el silencio con una palabra que pareció impresionarlo—. Por salvarme... y curarme. —A pesar de haber querido que no lo hiciera—. Pero... no comprendo como mi sangre no te ha afectado. Quiero decir, es sangre, es deliciosa, y tú eres un vampiro.

—Soy... mayor. Tengo más experiencia y mucho más autocontrol que los demás, puedo resistir un poco la tentación de la sangre —explicó. Luego mordió su labio y me miró—. Aunque debo admitir que tu sangre casi me descontrola. En mis 350 años de vida había olido algo así.

Nunca había conocido a un vampiro de tanta edad. Era entendible la razón por la que él pudo mantenerse a raya y no dejarse llevar por sus instintos. De no haber sido así, entonces yo no estaría con vida. Había oído en libros que la edad máxima que un vampiro alguna vez alcanzó en toda la historia fue de 2500 años. La mayoría de los vampiros no pasaban los 300, por razones tan diversas, desde aburrirse de la vida hasta enfrentamientos inoportunos con vampiros más poderosos. Eso hizo que me preguntara, si Alix era mucho más grande que Jason, entonces ¿por qué Alix no era más poderoso? Quizás era una cuestión de jerarquía. Había un sinfín de posibilidades.

—Otra cosa.

Sonrió.

—Dime.

—¿Qué tiene mi sangre que la hace tan... irresistible?

Jason ©Where stories live. Discover now