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BRADLEY
Las cosas parecían pasar a mí alrededor como lo hace un coche cuando estás a punto de cruzar. Ni siquiera alcancé a darme cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que sólo... sucedió. No fui capaz de procesarlo, al menos como debía hacerlo, y la verdad es que entre tantas cosas que podría haber hecho mal, ese fue sólo uno de los pocos errores que cometí aquella noche. Algo me decía que todo acabaría saliéndome pésimo, que tendría que haber cerrado mi boca y bloqueado mi mente como hacía antes. Era lo único que, al final del día, podría haberme salvado. Pero no lo hice. Ni siquiera se me cruzó por la cabeza la idea de hacerlo, de parar, de detenerme a mí misma. Mi plan no había cambiado.
Dudaba, como siempre, de mis posibilidades, de lo que pudiera llegar a salir de mi mente, y hasta la idea de alejarme me aterraba. No entendía si era mejor permanecer o huir, resistir o desistir. Pero nadie parecía estar tan confuso como yo. Cuando el hombre se alzó de la nada sobre la plataforma y comenzó a hablar, sólo quedó presente el silencio. Más tarde, una pregunta.
¿Y de verdad quería hacerlo?
No. No quería.
Pero mi mano se alzó cuando la chica de cabello oscuro y buena figura se acercó a las escaleras. Parecía estar segura de lo que hacía. Su imagen, la de la joven que no parece tener miedo, subiendo a paso lento con una luz blanca iluminando cada uno de sus pasos, en mi mente se repite hasta que comienza a perder el punto en el que yo sé que es real y en el que sé que es algo que sólo yo veo y creo. No se detuvo. Llegó hasta arriba y se giró. Volteó para ver quién era capaz de imitarla. Volteó para poder decir que ya lo hizo, que ya nos superó a todos.
Y me habría sentido fatal si no lo intentaba.
Pero, ¿qué cojones? Me habría sentido mucho mejor volviendo a casa sin tener miedo de algo como esto porque, en el fondo, ¿en qué rayos me estoy metiendo, maldita sea?
¿Qué se supone que es eso de 00:00?
Ahora mismo sé que estoy dentro de algo, pero no sé qué es. Estaba sola cuando sucedió, nadie podía decirme más que pocas palabras sin significado alguno como «no lo hagas». Pero no me detuvieron. Lo hice de todas formas, y no fue por ellos. Otras cinco manos se alzaron. No nos preocupamos en observarnos, sólo nos acercamos, cada quien por su cuenta, a la escalera y la subimos. Lo hicimos de la misma forma que la chica de cabello oscuro, pero no se sintió igual. No sentía que estaba haciendo algo fantástico, sólo estaba arrastrándome a algo desconocido.
—¿Por qué tengo el presentimiento de que todos ellos saben algo que nosotros no?—suelto para mí misma, en voz alta, una vez arriba.
A mi lado hay un tío. Sus ojos grises se clavan en mí y se preocupa en dedicarme una sonrisa de medio lado antes de responder, casi sin voz, de la misma forma en la que yo hice la pregunta.
