CAPÍTULO 10 | Pasaje al infierno

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BRENTON

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BRENTON

En algunas oportunidades odio dormir. Por más que suene tonto, me hace sentir raro y, al despertar, perdido. Como si me hubiese perdido y tuviese que volver a empezar de cero. Y yo, Brenton Asher, soy de ese tipo de personas que detestan perderlo todo.

¿Y qué es lo que hace el fuego? Exactamente eso.

Me he quedado toda la noche despierto sentado dentro de la casa sin atreverme a mirar el exterior. La única luz que tengo es la de la pequeña lámpara que tengo siempre en mi mano. Porque, después de lo de ayer en la noche, tengo miedo de lo que sea que pueda causar. Algo así como... el efecto mariposa. Pequeñas cosas que generan actos mucho más grandes. Pero, ¿y si ni siquiera soy consciente de lo que hago? Ese soy yo, el tío que sólo actúa y luego piensa o se arrepiente.

Siempre he sido así de tonto.

En algún momento, la casa de color blanco se ilumina. Yo veo como, de a poco, una franja de luz entra, desde la puerta abierta, con lentitud. Y, de repente, desaparece, como si alguien se hubiese interpuesto entre la puerta y la pared. Cuando me giro, veo la mano de alguien ahí, entrando pero sin poder hacerlo realmente. Mientras me incorporo pienso en por qué no intenta decir nada en lugar de sólo atraer mi atención con su mano. En fin, pensamientos tontos.

Era Bradley. Cuando la veo, al salir de la casa, ella se ve incluso más oscura que antes. Tiene los ojos cristalizados, la piel pálida y ese tipo de mirada asustada que nunca significan nada bueno. No es el miedo que te da hacer un examen o, lo que podría ser peor, reprobarlo. O quizás el «tenemos que hablar». No, ni siquiera eso da tanto miedo. Bradley está aterrorizada.

—¿Qué ocurre?—es lo primero que pregunto.

Ella se abraza a sí misma y corre la mirada. Su labio inferior tiembla. Se dedica, durante un par de segundos, a observar el desastre que es ahora el jardín. El césped negro, el olor que sigue sintiéndose... y las imágenes. Los recuerdos. Creo que sigo escuchando el dolor del animal de Freddie, y también creo que sigo escuchando el grito del muchacho cuando se percató de qué estaba ocurriendo. Pero ya no había forma de detenerlo... ya no más. Y entonces él se tiró al suelo de rodillas, se ahogó en su propio dolor y la única que fue con él... bueno, fue Heather. Pero no creo que le haya sido de mucha ayuda porque lo único que se limitó a hacer fue tumbarse a su lado y mirar el cadáver.

Douglas había muerto.

—Mira a tu izquierda.

—¿Qué?

Ella se vuelve para observarme directamente a los ojos con evidente enojo.

—Mira a tu maldita izquierda—repite, recalcando cada palabra.

Al hacerlo, caigo en la cuenta de lo que intentaba decirme. Ahí, en el espacio que hay entre ambas casas, puedo ver una mesa que antes no estaba. Y no es eso lo que resalta. Entre todo lo blanco, se ve un artefacto negro.

PerfidiaWhere stories live. Discover now