CAPÍTULO 22 | La página número 24

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STEPHEN

A diferencia de muchas otras, mi vida no ha sido una montaña rusa. Al contrario. Siempre he sido del tipo de chicos tranquilos que se limitan a ser lo que aceptan que son. En silencio, sin llamar demasiado la atención, hasta podríamos decir que de alguna manera algo apartado de todos. Así me he ahorrado muchos líos. No me he enamorado de ninguna persona, no tengo enemigos, tampoco momentos en los que desee que la tierra me trague. No conozco las exageraciones, no conozco la tensión o los típicos rollos adolescentes. Creo que no conozco el miedo, el real y crudo miedo, pero sé que lo que siento ahora, al despertar, puede asemejarse.

Mi corazón late deprisa como si del correr de los segundos se tratase. Hay algo que me impulsa a saltar de la cama tan súbitamente que apenas soy capaz de razonar para evitar gritar. Lo único que me hace bajar de nuevo la voz es mirar a mí alrededor, aunque eso también me desconcierta, tanto como el presunto temor que recorre mi cuerpo. Estaba durmiendo, aunque no recuerdo haberme acostado. Además, amaneció hace un par de horas. O eso suponía yo. Estoy en mi habitación, pero la puerta está abierta. Ah, y casi lo olvidaba.

Estoy abrazando el cuaderno de tapa dura que me dio un supuesto jugador. Puede que esté muerto, puede que sea una trampa o me haga daño. Y, sin ningún tipo de remordimiento, tengo el coraje de abrazarlo para dormir.

Este no soy yo.

Mientras me pongo de pie pienso en lo último que creo recordar: una gran sala blanca en la que nos encontrábamos todos. De repente, apareció una chica. Joey. Frágil pero, a mi parecer, imponente. Tenía ese tipo de miradas que congelan el tiempo, o que parecen electrocutar tu cuerpo. Lo sé porque nos miró a todos, uno por uno, deteniéndose el tiempo suficiente como para quitarnos el aliento. Al menos, eso logró en mí: paralizarme de pies a cabeza. Puede que incluso me haya quitado la capacidad de pensar o procesar lo que sea que haya estado ocurriendo, porque no pude moverme ni escuchar lo que decía. Sólo veía, miraba sin entender. Heather, para mi sorpresa, comenzó a correr y quiso lanzarse sobre Joey, pero esta desapareció y la chica del cabello negro se estampó contra el suelo.

Creo que, en ese exacto momento, yo también desaparecí. O no lo sé, pero todo se tornó lúgubre y mis pies dejaron de tocar el suelo. Creo que se asemeja a lo que deberíamos sentir si pudiésemos volar.

Pero no podemos hacerlo, así que es probable que no entiendas cómo se siente.

De pie al borde de la cama, confundido y algo dormido aún, observo de hito en hito la puerta abierta que yo jamás he atravesado por mi cuenta. ¿Cómo llegué aquí? No tengo idea, pero sé que no ha sido voluntad mía. De haberlo sido, la habría vuelto a cerrar. Siempre he amado la privacidad, el propio silencio que puede propinarnos un poco de aislamiento. Pero... eso es irrelevante. Esto no ha sucedido así, y es la primera vez que siento que alguien ha atravesado un límite. No puedo ni siquiera imaginar qué sentiría si... alguien muriese.

PerfidiaWhere stories live. Discover now