CAPÍTULO 32 | Absolutamente todo

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MADDIE

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MADDIE

En cuanto oigo el sonido del reloj, los constantes tic tacs, me digo a mí misma que no tengo ninguna razón para salir de mi habitación. Podría quedarme aquí y evitar toda esa mierda. Claro que sí. Es probable que esta decisión signifique mi muerte a la larga pero, ahora mismo, ¿a quién le importa? ¿A alguien? Porque a mí no.

Cierro mis ojos mientras sigo escuchando cómo el tiempo avanza dejando marca. Sé que se va. Sé que me estoy jodiendo, y aún así no hay nada en mí que quiera tirar para salir de este lugar de mil demonios. O al menos en eso estoy pensando hasta que siento que hay algo en mi mano. Sin abrir mis ojos, comienzo a acariciarlo. Y es lo único que me hace falta para saber que, de nuevo, se trata de una cajita.

El reloj deja de sonar. Ya es medianoche.

Me siento en la cama, apresurada por abrir la cajita, y ahí adentro hay más píldoras. Pero son demasiadas. Hay una mayor cantidad que antes, que la primera vez que aparecieron en esta cajita.

—¿Quieres que me drogue, Joey?—le pregunto a la nada—. Está bien. Lo haremos a tú manera.

Tomo dos de las píldoras, y las consumo.

Tengo la caja conmigo incluso cuando me pongo de pie, tambaleante. Cierro los ojos para hacer que las cosas dejen de girar, pero aún así siento que el mundo está a punto de caerse. Uno de los efectos que estas mierdas causaban en mí era un gran cambio de humor. Yo solía ser paciente, permanecer relajada, me costaba enfadarme... pero cada vez que las consumía me volvía impaciente, me estresaba, y me enfadaba con rapidez. Además... ah, claro, olvidaba las alucinaciones.

¿Cómo pude olvidarlas? Eran lo mejor de toda esa mierda.

Me pongo de pie, dispuesta a salir de la habitación, y en cuanto lo hago una luz me ciega desde el exterior. Sigo avanzando sin ver nada, alzando mi mano delante de mis ojos, intentando tapar la luz. Pero no sirve de nada. Llego a la puerta de la casa de las tías y, al salir, esa luz se desvanece. Y me deja verlo todo.

Estoy sola.

—¿Otra alucinación?—vuelvo a hablar para mí misma—. ¡Vaya, Joey, gracias!

—Sabes que no es una alucinación.

Parpadeo un par de veces al oírla hablar, pero aún así no puedo verla. Estoy a punto de girarme para ver el interior de la casa, pero algo me lo impide. Una mano suave y frágil se posa sobre mi boca, impidiéndome así gritar o moverme. Quizás sea por la fuerza que aparenta tener, o porque dejo que me domine al entender lo que está haciendo.

Está colocando la cámara justo en mis manos.

—Hoy las cosas serán un poco diferentes—dice Joey justo en mi oído—. El reto durará todo un día, y no hay forma de escapar. Pero, dime, ¿recuerdas lo que solía decirles Heather cuando todo comenzó? A Bradley en especial.

PerfidiaWhere stories live. Discover now