CAPÍTULO 31 | Te odiaré cuando muera

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MADDIE

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MADDIE

Veo la pequeña y aparentemente inofensiva cajita del tamaño de un huevo en el exacto momento en el que, sin más, aparece sobre mi cama, en mi habitación. Estaba esperando que llegara, de pie justo en la puerta, suponiendo que lo harían en cualquier momento. Pero no llegué a pensar que sería así. Que se vería tan... inofensivo.

No tengo miedo de acercarme a abrir la cajita. Es tan simple y blanca que parece frágil, similar al cristal, pero en cuanto veo lo que contiene olvido por completo cualquier pensamiento relacionado con otra cosa. Porque aquí están las píldoras. Justo como esperaba. Justo como Joey dijo.

Una parte de mí esperaba equivocarse. Esperaba que lo que haya vivido se hubiese tratado de un simple sueño provocado por el paralizante miedo que siento cada vez que recuerdo lo que estas cosas me hicieron. El dolor que provocaron. Llegué a pensar que... nadie sería tan cruel. Que nadie volvería a intentar jamás hacerme tragar una de ellas.

Pero aquí estoy, sin ninguna otra opción. ¿Cómo puede ser que esté tomando ahora esta decisión? ¿Realmente voy a hacerlo? Y sabré que Joey no tiene la culpa. Quizás ella me las de, quizás ella me ordene tomarlas, pero al final del día soy yo la que sigue sus órdenes y la que, además, de una u otra forma... quiere hacerlo. Tal y como lo hice al despertar.

Nunca he necesitado de ningún líquido para esto. Coloco todas las que Joey dejó en la cajita sobre mi mano. Ahora puedo contarlas. Son tres. Más de lo que esperaba.

Con un simple y rápido movimiento las llevo a mi boca.

Apenas siento cómo desaparecen dentro de mí, pero soy consciente de ello. Sé lo que estoy haciendo, y estoy dejando que suceda. Lanzo la cajita contra el suelo y me tumbo sobre la cama, incapaz de pensar. Apenas recuerdo cuánto tiempo tomaban en hacer efecto. Apenas recuerdo cómo se sentía. Pero no me hace falta recordarlo para saber que sucederá de nuevo. Que volveré a ser esa vieja y estúpida Maddie que dependió demasiado de un par de píldoras para sobrevivir a su semana de Instituto, problemas familiares y cosas varias.

Ah, sí. Comienzo a recordar cómo se sentía. La tristeza, la necesidad de hacer lo que debía hacer para poder, más tarde, olvidarlo todo. Odiaba vivir de esa forma. Odiaba despertar cada mañana viendo a mi madre entrando a la habitación para correr las cortinas de mi ventana. La veía y sólo podía pensar en que hacía eso para controlarme. Estar cerca de mí. Ver, al menos por un momento del día, a su hija preadolescente. Porque luego iba a irse. Luego volvería de noche, siendo ya muy tarde y estando ya demasiado cansada como para querer hablar conmigo. No fue ni por asomo esa la principal razón por la cual comencé a drogarme, pero descubrí un beneficio. Al no dormir, podía esperarla con las cortinas abiertas. Y también podía hablar con ella.

Me sentía tan enojada con todos. O eso creía, porque la verdad es que siempre estuve únicamente enfadada conmigo misma.

Tanto como lo estoy ahora.

PerfidiaWhere stories live. Discover now