CAPÍTULO 02 | Segundo ataque

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FREDDIE

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FREDDIE

Algunas veces supongo que perderé la cabeza.

Ya sabes, como esa reina roja que estaba loca y gritaba «¡perderá la cabeza!», sólo que en lugar de ordenar que se lo hagan a alguien más, creo que me obligaré a mí mismo a matarme. En palabras menos... ¿cómo decirlo? Suicidas, quiero decir que tengo el leve presentimiento de que algunas veces no soy yo el que habita en mi cuerpo. Como si no estuviese en casa, en un lugar en el que quiera sentirme cómodo.

Me siento como ese niño de Jumanji que no quería hablar con nadie.

Todavía recuerdo la brisa fresca que cada mañana recorría mi cara, que hacía que los árboles choquen sus ramas contra las ventanas y despertaran a los perros que yo llamaba «guardianes». Eran bastante insoportables, debo admitirlo. Recuerdo que de pequeño no podía oírlos sin querer gritarles algo como:

—¡Perro estúpido, vas a dejarme sordo!

O...

—¿Abuela, podemos cenar a los guardianes?

Incluso una vez me acerqué a uno de ellos, el más pequeño. Era un niño pero no era un idiota, tampoco iba a tomar al grande que con sólo gruñir podía sacarme caspa. Por eso comencé a ladrarle al bebé, pensaba que como se supone que ellos escuchan mejor, iba a molestarle. Pero el pequeño cachorro sólo saltó sobre mí y mis ladridos falsos se convirtieron en gritos verdaderos, de ayuda, de auxilio. La abuela no tardó en llegar pero, en lugar de sacármelo de encima, comenzó a reír. Y yo tuve que actuar, sacarme al pequeño desastre de encima y correr para alejarme de él.

Me había vengado pero el cachorro también se había reído de mí.

Con el paso del tiempo se hizo el mejor guardián de todos. La abuela nunca me dejó ponerles nombres porque decía que terminaría encariñándome con ellos y ese no era el plan, porque en algún momento iban a irse o algo iba a matarlos. Tenía diez años y era un chico malo, desobedecí sus órdenes y le puse al perro—que ya no era un cachorro—el nombre de Douglas.

Así que Douglas y Fred se hicieron inseparables.

Hasta que el destino dividió al grupo.

Me dejo caer fuera de la casa para sentarme, apoyo mi espalda en la pared exterior y extiendo mis piernas. Todavía no puedo creer que el tiempo que pasé en la ciudad haya sido tan... corto, limitado. Desde que volví sólo pude sentirme extraño, mis padres dijeron que era entendible porque no estaba acostumbrado a la tecnología. Tenía que adaptarme. Por eso fui a una fiesta en la que me perdí, por eso alcé una mano sin saber para qué.

Pero tampoco tiene apariencia de ser tan malo como Heather intenta hacerlo ver.

Observo de reojo la casa de las tías, ninguna de ellas ha vuelto a salir desde que entraron. No puedo comprobar por qué ni entenderlo, aunque quizás se deba a que las chicas de ciudad están constantemente luchando por su propio espacio plagado de cosas femeninas. Ahora que lo pienso... ¿qué clase de cosas califican como "femeninas"?

PerfidiaWhere stories live. Discover now