CAPÍTULO 23 | Las personas muertas estamos más presentes de lo que crees

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MELODY

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MELODY

Puede que necesites que lo aclare así que lo haré: yo estoy muerta. Esa es la cuestión que le ha quitado el sueño durante mucho tiempo a más de una persona en Gunnhild, la ciudad en la que vivía. Sé que puede ser muy extraño esto de oír hablar a una persona muerta, pero la verdad es que, por raro que suene, es necesario. Lo será para entender de una vez por todas qué mierda me sucedió. Aunque, para eso, primero deberías hacerme un favor.

Sabes guardar secretos, ¿no es así? ¿Crees poder guardar el mío?

Existe cierta belleza en lo peligroso. Los secretos pueden ser nuestro camino a la tumba en más de una ocasión, y créeme cuando lo digo. Lo sé por experiencia. Las cosas que me sucedieron no fueron sólo coincidencia. A lo largo de los años, cualquiera realmente interesado podría haberlo entendido: Melody Hansen, desde un primer momento e incluso luego de morir, deseaba ser una leyenda. Alguien cuyo nombre circule en los pasillos de cada Instituto, alguien a quien quieran poner en la primera hoja de los periódicos. Solía ser divertido soñar con ese tipo de cosas antes de dormirme, y también solía serlo hablar con mi hermana, Bradley, sobre lo bien que suena ser recordado hasta cuando se muere.

Se ha hablado muchas veces de esto. No necesitáis que una pobre y estúpida adolescente muerta lo haga de nuevo, así que vayamos directo al grano: cuando tenía quince años, o puede que dieciséis, escapé de casa con la simple excusa de que los odiaba a todos. No era verdad. Bradley siempre fue la mejor hermana que alguien podría desear. Sin embargo, existía mi padre con su desinterés por la vida y mi madre, con su desinterés por las cosas de mi padre. Es normal que la gente diga que tiene problemas familiares, son cosas que pasan, ya lo sé, pero para mí, lo que sucedía dentro de casa me parecía el fin del mundo. Cada día que pasaba parecía enfriarse la situación, y jamás llegábamos al punto en el que fuese hielo, porque a nadie le gustaba hablar de eso. Se evitaban los problemas. Sólo... estaban ahí, y todos lo sabíamos.

Hasta que yo decidí abrir mi tremenda bocota. Y así entendí por qué mi familia prefiere callarse.

Fue un viernes durante la cena. Mamá había cocinado especialmente para mi hermana porque ella había conseguido quién sabe qué clase de méritos en el Instituto, y todos estábamos realmente felices por ella. Era una felicidad real, de esas que palpas en el aire como si fuese algo que de verdad puedes palpar. Mamá sonreía. Papá escuchaba. Bradley hablaba con una sonrisa de oreja a oreja. Y luego yo... no podía dejar de darle vueltas al tema, a lo de siempre: cómo hablar, cómo sacar el tema sin terminar castigada.

—Lo mejor fue que Corey se lo esperaba, y cuando anunciaron mi nombre se puso de pie y...—los ojos de Bradley brillaban. Era un sentimiento demasiado puro, uno que no logré entender y que, lamentablemente, tuve que arruinar—...entonces, sí. Fue un gran día.

—Estamos orgullosos de ti, Bradley—le había asegurado mamá.

Y ella estaba intentando tomarle la mano a papá por encima de la mesa. Lo consiguió y comenzó a acariciarle con suavidad hasta que él, con demasiada brusquedad, la apartó para seguir comiendo. Y ahí, justo en ese momento, no pude contenerme. Lo solté con brusquedad, sin pensar en las consecuencias.

PerfidiaWhere stories live. Discover now