CAPÍTULO 26 | Tic, toc

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HEATHER

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HEATHER

—Por favor, no me dejes—ruego.

Maia estaba tomando de nuevo mi mano pero yo no podía verla, aunque algo en mí sabía que era ella. O quizás no. Estuve equivocándome desde que todo esto comenzó, ¿cómo podría estar segura de algo como esto, en un momento como este? Puede que se trate de Daniel. Puede que incluso se trate de Bradley.

—No vine para irme—dice una voz que reconozco—. Eso no tendría sentido.

Siento que todo mi cuerpo entra en tensión porque, por más que conozca la voz, no puedo recordar a la dueña de la misma. ¿O debería decir dueño?

—¿Entonces por qué estás aquí?

Mis ojos están cerrados, pero sé que estoy sentada en algún lugar. Sin embargo, por más que lo intente, soy incapaz de escapar. Y no porque me suceda lo mismo que a Bradley. Una de mis manos está atada a algo, la otra se está aferrando a alguien y apenas siento mis pies, pero creo que no tocan el suelo.

—Acabo de hacerte una pregunta, Heather.

Estaba luchando contra alguien hasta que desperté, y ahora estoy luchando contra mí misma, contra el miedo que no me deja pensar con claridad. Lo único que me queda hacer es... rendirme. Pero no sé cómo hacerlo.

O eso pensaba hasta que alguien me da una cachetada que parece resonar por todas partes, más que nada en mi cabeza. No duele, aunque me toma por sorpresa así que me dejo caer. Supongo que así se siente rendirse.

—No lo sé—le digo a la nada, a la voz que no soy capaz de recordar—. ¿Tú lo sabes?

Un silencio prolongado da lugar a las dudas y a que el dolor en mi cara se expanda, aunque sigue sin ser demasiado.

—Me sorprendes, Heather. Me han hecho muchas preguntas imposibles y yo siempre he contestado que lo sé todo, pero ahora mismo... no puedo darte una respuesta. No la que quieres oír, al menos.

Alzaría la mirada, encararía a quien sea que se encuentra ahí, de poder hacerlo. Pero cada parte de mi cuerpo tira de mí hacia abajo, hacia el suelo, hacia ninguna parte. Y sigo pensando que estoy tomando la mano de Maia cuando sé que no es así, cuando tengo más que claro que eso ya no volverá a suceder. No en esta vida.

—¿Y tú qué sabes de las cosas que quiero oír?

—Tienes razón. No se trata de algo que quieras oír—percibo un suspiro, y súbitamente la voz se aleja—. Se trata de algo que necesitas oír.

De nuevo ese silencio, del tipo que me persiguió durante todo este tiempo que estuve dentro del diabólico juego que creó la vaca andante de Richard Lunz. Sí, recuerdo haberlo llamado así una vez. Aquella en la que todo estaba bien y lo único que me inquietaba era el estúpido reloj en la pared que indicaba que los segundos pasaban y pasaban, y que lo seguirían haciendo hasta el infinito. Nunca se irían, aunque al mismo tiempo eso es lo que estaban haciendo.

PerfidiaWhere stories live. Discover now