CAPÍTULO 42 | Caminar a través del fuego y sobrevivir

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STEPHEN

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STEPHEN

Ya casi había olvidado la existencia de las camionetas negras que, por dentro, tenían paredes grises. Pero me toca entrar en ella de nuevo, me toca sentarme en la esquina como aquel primer día en el que no tenía idea de a dónde me llevarían estas cuatro ruedas. Hoy es diferente. Muy diferente. Mientras antes este pequeño lugar se veía reducido en espacio debido a que éramos siete, ahora hasta puedo estirar mis piernas. Ver que de pasar a ser tantos llegamos a ser solo tres me golpea como si me acabasen de arrojar agua fría justo en la cara.

Ya no estamos en la casa.

¿O debería decir las casas?

En cuanto Joey—¿o debería llamarla Victoria?—acabó su explicación se acercó por su propia cuenta a Heather y le pidió que se gire. Esta obedeció sin decir nada y, al darse la vuelta, Joey tomó sus manos, las unió y las esposó. Hizo lo mismo tanto con Bradley como conmigo para obligarlos, luego, a seguirla hasta esta camioneta que ahora vuelve a llevarnos a quién sabe dónde.

Todos mantenemos un especial silencio en el ambiente. Bradley observa a Heather fijamente y esta ha cerrado los ojos desde que se sentó. Las veo pero no puedo entender nada de lo que está sucediendo. Algo dentro de mí me dice que se acabó, que seremos libres, pero ver a Heather siempre me devuelve esa desconfianza. Si ella estuvo obligada a seguir, ¿por qué a nosotros no puede pasarnos lo mismo? Quizás solo Heather sea libre. Puede ser que esto solo sea el nuevo comienzo de otra tortura.

No sé de qué manera el tiempo parece correr más rápido de lo que esperaba porque cuando, por sorpresa, las puertas se abren. Es de noche. Lo sé porque ningún tipo de luz solar entra e incluso alcanzo a oír el canto de un grillo. Bradley es la primera en bajar. Heather me permite ser el segundo. En cuanto mis pies tocan la grava, un hombre coloca su gigante mano en mi nuca y me obliga a bajar la cabeza.

—Hablas o intentas huir y estás muerto, ¿entendido?—sentencia, y luego señala a Bradley, quien está siendo tomada del brazo por otro hombre—. Síguelos.

Lo único que logro ver son los pies de Bradley, pero aún así hago lo que me ordenan. No veo a dónde me dirijo, sin embargo sé que nos encontramos en un callejón que me resulta familiar, atravesando una puerta bastante bien escondida tras la que tenemos que descender por un par de escaleras. Al llegar al piso puedo alzar la cabeza para decir que lo sabía.

Estamos de nuevo en el lugar de la fiesta.

Hay alrededor de nueve hombres vestidos de negro, con pistolas encima, en toda esta gran sala. Caminan por todas partes, casi dando vueltas en círculos. Uno de ellos se acerca a mí y me obliga a sentarme justo al lado de Bradley, contra la pared. Más tarde se nos une Heather quien, aún en silencio, se acerca a nosotros sin la necesidad de que alguien lo haga. En cuanto al hombre le toca decirle que se siente, ella le devuelve la mirada sin ningún tipo de descaro.

—¿Por qué?—cuestiona.

El matón alza el arma en dirección a la cabeza de Heather, señalando posteriormente el lugar disponible a mi lado. La muchacha sigue sin hacerle caso. Parece estar dispuesta a llevarle la contraria hasta el cansancio, sin importarle mucho que esta persona apriete el gatillo o no. Quiero entender su conducta pero me resulta complicado. Está ahí, de pie, intentando hacer enfadar a un hombre armado sólo porque... ¿por qué? No lo sé. Es ese el punto al que no puedo llegar. ¿Es frustración? Lo dudo. Heather ya no puede frustrarse. ¿Entonces qué? ¿Qué hace que Heather esté tan dispuesta a dejarse apuntar?

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