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Apenas volvieron de aquella tarde, Rafael, Carolina y Adler se encontraron a Taís y a Frieda viendo una serie en la sala de la casa. El marido de Taís, Rodrigo, había llevado a los chicos a visitar a sus padres y ella había decidido ir a cenar a la casa y compartir un poco con aquellos que tanto amaba, además estaba muerta de la curiosidad de ver algo de esa interacción extraña entre Adler y Frieda y se preguntaba cómo es que los adultos de esa casa no se habían percatado. Cualquier ápice de bondad entre ellos debería llamar la atención de cualquiera.

—Hola, pequeña —saludó Rafael abrazando a su sobrina, a quien seguía llamando así a pesar de ser ya toda una mujer.

—Hola, papo, vine a cenar con ustedes y a pasar el rato.

—¡Hola, hermosa! —saludó Carolina abrazándola—. ¿Pasaron una bonita tarde?

—Sí, muy linda —dijo Taís sonriendo.

—Hola, Taís —saludó Adler y ella le devolvió el saludo. Entonces y sin siquiera mirar a Frieda, el muchacho se excusó diciendo que iría un rato a su habitación, pero no pasaron ni cinco minutos para que Frieda dijera que iría a darse un baño y luego volvía. Carolina estaba concentrada preparando ensaladas en la cocina y Rafael junto con Samuel, decidió ir a comprar algo para beber. Taís quedó allí mirando la televisión preguntándose qué estarían haciendo los chicos.

Sin embargo, Frieda no fue ver a Adler, en realidad fue a darse un baño y cambiarse de ropa. Se había tomado su tiempo bajo la ducha para lavarse el cabello y relajarse un poco. Salió de allí en ropa interior y con una toalla en las manos iba secando sus cabellos.

—¡Dios! ¡Eres perfecta! —La voz de Adler seguida de un clic la hizo sobresaltar, estaba sentado en su cama con una cámara de fotos y aparentemente acababa de sacarle una.

—¿En Alemania no acostumbran tocar la puerta antes de ingresar a las habitaciones? —preguntó la chica rodando los ojos y caminando hasta la silla donde había dejado la ropa que se pondría.

—Tenía que mostrarte la cámara que los tíos le compraron a papá. ¿No es genial? —dijo levantándose y acercándose a la chica para mostrarle el aparato—, la llevaré el fin de semana para tomar fotos bonitas en la casa de campo —añadió.

—¿Y no es un regalo para tu padre acaso? —inquirió poniéndose la blusa.

—Lo es, pero me lo está prestando, solo que aún no lo sabe —respondió Adler guiñándole un ojo.

—No la estropees antes de que se entere que tenía un regalo y te lo estaba prestando —dijo Frieda ahora calzándose los zapatos, enseguida los llamarían a cenar.

—¡No soy tan torpe, princesa! —dijo Adler defendiéndose mientras guardaba el aparato en el estuche.

—Estropeas todo lo que tocas, ¿no recuerdas cómo fue que rompiste mi spiderman? Yo adoraba ese muñeco, tenía luces y me gustaba dejarlo encendido por las noches al lado de mi cama y tú lo rompiste —se quejó divertida.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora