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Era temprano ese sábado cuando Adler escuchó sollozos en la cocina. Se levantó sigilosamente y se acercó a la puerta para intentar oír lo que allí sucedía. Su madre estaba en una conversación por teléfono y parecía estar sola.

—Ya tenemos los resultados de la biopsia y... —sollozó aún con más intensidad—. Es maligno... —afirmó y volvió a llorar.

Adler sintió que el corazón le empezaba a latir con fuerza e ímpetu, tenía la certeza de que su madre hablaba de su padre o de ella misma, algo en su interior le señalaba que aquello era el misterio, y por supuesto que no era bueno. Eso explicaba que su padre estuviera tan cansado y apático, tan extraño.

Escuchó un poco más intentando convencerse de que aquello que estaba oyendo no era real o que se trataba de otra persona, alguien ajeno a él, alguien que no fuera su madre o su padre, que no fuera parte de su vida.

Cuando su madre colgó la llamada, Adler no pudo más aguantarse e ingresó alterado.

—¿Por qué no me dijiste? ¿Qué demonios está sucediendo? —inquirió y Berta se asustó. Adler la vio con los ojos hinchados de tanto llorar, sus facciones siempre tan dulces se veían tristes y estaba derrotada, como si hubiera perdido por completo las ganas de vivir.

—Adler, ¿qué haces aquí? —preguntó confundida intentando limpiarse las lágrimas con rapidez.

—Esuché lo que hablabas... dime de qué se trata. ¿Quién está enfermo? ¿Eres tú? ¿Es papá? —pidió sonando desesperado pero su madre no le respondió—. ¡Dímelo! —gritó.

—Nosotros no queremos que tú te preocupes, Adler... eres joven, debes vivir tu vida y disfrutarla —dijo su madre y Adler negó llevándose ambos brazos a la cabeza.

—¿Qué demonios dices, mamá? ¡Somos una familia! —añadió y Berta se dejó caer sobre la silla, vencida y notablemente afectada.

—Tu padre... la biopsia... tiene cáncer —sollozó Berta.

—¿Mamá? ¿Por qué no me lo dijeron? —inquirió aún sin poder dimensionar lo que acababa de oír.

—No queríamos que tú te preocuparas —dijo su madre con tristeza. Adler solo negó con la cabeza y salió de allí como un rayo. Estaba enfadado porque sentía que lo habían excluido de aquello, porque no sabía qué sucedería, por la impotencia, por el dolor, por la idea ahora tan cercana de perder a su padre.

Vagó por las calles de su ciudad hasta llegar a la casa de uno de sus amigos, su celular había sonado varias veces, probablemente era Frieda. No quería hablar con ella ahora, no sabría qué decirle, no sabía si volvería, no sabía si sus padres ya lo sabían, no sabía nada. Frieda se preocupó al no tener noticias de él pero intentó convencerse de que quizás estaba ocupado o durmiendo, Marcia la esperaba para salir y aunque no quisiera, ya le había hecho la promesa de que irían, además su amiga estaba muy entusiasmada.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora