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Aquella tarde estaban todos sentados en el comedor mientras degustaban un pastel de chocolate que habían preparado Carolina y Frieda.

—¡Nos quedó delicioso! —dijo Carolina sonriendo.

—Si no estuviera seguro de que tú ayudaste a la princesita de la casa, no lo probaría —dijo Adler mirando a su tía—. ¿Qué tal si me intoxico?

—Lo dudo, Frog, ya naciste intoxicado —murmuró la chica y Adler se mordió el labio para evitar recordarle lo mucho que le gustaba a ella intoxicarse con sus besos. No fue necesario, Frieda lo entendió con solo mirarlo y rio nerviosa.

—En un rato iré a la casa de Lina —mencionó Carolina ignorando las peleas de siempre—. ¿Vamos? —preguntó mirándolos a todos.

—¡Yo voy! —exclamó Samuel.

—¡Vaya novedad! —bufó Frieda divertida—. Déjame adivinar, quieres ver a Gali —añadió.

—¿Y eso en qué te afecta a ti? —preguntó Samuel algo molesto—. Llevo semanas sin verla —agregó.

—Desde que terminaron las clases —repitieron al unísono Frieda y Adler, Samuel repetía aquello cada día.

—Bueno, déjenlo tranquilo —lo defendió Carolina divertida—. ¿Quién más viene?

—Tía, si me perdonas tengo que ver una película esta tarde —dijo Adler sonriendo.

—Bien, no hay problema, ¿tú vienes? —preguntó a su hija.

—Ehmm... no, me quedo... Adler debe devolverme un favor —dijo la chica mirando al muchacho que casi se atraganta con el café que acababa de llevarse a la boca.

—¿Ah sí? ¿Qué clase de favor? —preguntó Carolina intrigada.

—Nada especial, tía, una pequeñez que hizo por mí y quiere que le monte una estatua en agradecimiento, ni que lo hubiera hecho tan bien —bromeó Adler, Frieda enarcó las cejas.

—¿Pequeñez? ¿Es en serio? —inquirió—. Mira que la próxima no te lo vuelvo a hacer... además no hablemos de pequeñeces... porque pierdes —dijo la muchacha y todos entendieron el doble sentido, Samuel se echó a reír.

—¡Frieda! —llamó Carolina entre risas.

—No te preocupes, tía... habla sin saber —se defendió Adler y la chica movió la cabeza de un lado al otro como si sopesara lo que su novio acababa de decir. El único al que aquellas bromas no le causaban gracia era a Rafael.

Frieda cortó un pedazo muy pequeño de pastel y repitió.

—Pequeñez —levantó el pedazo alejándolo de su vista como si lo observara en perspectiva y luego se lo llevó a la boca.

—¿Y de qué favor hablan? —preguntó de nuevo Carolina.

—Nada, asquerosidades que este sapo me pide que haga por él —minimizó Frieda. Adler no dijo nada pero bajó una mano bajo el mantel y le acarició una pierna.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora