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El semestre pasó rápido, Adler y Frieda hablaban a diario y compartían cada momento de sus vidas, a pesar de las distancias se sentían cerca. El duelo fue un proceso largo y doloroso, en especial para Berta, Adler intentaba ser fuerte para ella, pero a veces la situación lo superaba, los recuerdos inundaban sus pensamientos y la tristeza lo ahogaba. Frieda estaba ahí para él, tanto que incluso por sus simples palabras escritas a través de una pantalla, ella podía adivinar su estado de ánimo.

El día del cumpleaños de Berta, Adler le llevó a la casa que con su padre había preparado para ella, el momento al principio fue muy triste, pero luego el chico le explicó a su madre que Nikolaus había trabajado arduo en aquel sitio y que no le gustaría verla llorar, ella sonrió con tristeza y Adler empezó a contarle la historia de cada cosa que allí había. Berta sintió que él la amaba más allá de la vida y que la conexión que tenían era tan fuerte que ni la muerte podría con ellos. Aquella noche, Adler lloró en el teléfono mientras Frieda lo escuchaba contarle lo que había sucedido y le había prometido que la amaría por el resto de su vida e incluso más allá de ella.

Cuando el semestre llegó a su fin, Frieda fue a visitar a Adler. Lo habían decidido así para no dejar sola a Berta. Los chicos disfrutaron al máximo de cada uno de los días que estuvieron juntos durante esas semanas. Ya solo quedaba la mitad del año y luego, Adler iría junto a ella.

Una tarde de sábado que habían salido a pasear, Adler y Frieda vieron a una pareja de recién casados saliendo del registro civil rodeados de algunos amigos.

—¡Casémonos! ¡Ahora! —dijo Adler señalando el sitio.

—¿Estás loco? —preguntó la chica sorprendida.

—¡Vamos, Fri! ¿Qué hay de malo? ¡Lo haremos finalmente! —añadió.

—Escucha, sé que quieres casarte tanto como yo, pero no puedo hacerle eso a mis padres. Tú sabes cómo mi madre ama las fiestas y los eventos, ya hemos hecho demasiado cosas dejándolos fuera y... no quiero desilusionarlos más...

—Tienes razón... es que... ya quiero que seas mi esposa —susurró abrazándola y besándola.

—Solo falta el papel, por lo demás, sabes que me tienes —añadió la chica pegándose a su cuerpo. Él la rodeó con sus brazos.

—Y tú a mí, princesa...

Cuando Frieda volvió, solo quedaba un mes para su cumpleaños. A ambos le hubiera gustado pasarla juntos pero las obligaciones no les permitiría hacerlo. De todas formas Adler prometió estar lo más cerca que podía de ella ese día.

Lo que el chico no esperaba fue la llamada de Carolina un par de semanas antes de la fecha.

—Adler, ¿cómo estás? —preguntó la mujer.

—Bien, tía, ¿tú? ¿Sucede algo? —inquirió.

—También puedo llamarte por cosas buenas, ¿sabes? —rio Carolina.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora