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Adler estaba sentado en el comedor de su hogar dando vueltas a la sopa que su madre le había preparado. El teléfono sonó y Berta atendió:

—Sí... hola, Frieda... Déjame ver si quiere hablar —respondió con algo de pena, hacía una semana que el chico había llegado de nuevo a Alemania y luego de contarles todo lo sucedido había decidido callar, casi no emitía sonidos y parecía estar siempre perdido en sus pensamientos.

—No quiero hablar con ella, dile que deje de insistir —zanjó Adler antes de que su madre le dijera nada.

—Lo siento, Frieda... está bien... se lo diré —dijo Berta sintiendo pena por la muchacha.

Luego se sentó a la mesa y observó a su hijo, traía ojeras y se veía cansado, probablemente no estaba descansando lo suficiente y tampoco comía.

—Adler... deberías escucharla —dijo su madre con cariño—. Ya sé que siempre te lo digo pero quizás ella tenga una explicación razonable. Siempre has sido muy bueno, cariño, pero tu gran error siempre ha sido ser así, tan terco, tan intransigente... Todos nos equivocamos, hijo.

—No quiero hablar, mamá —zanjó el muchacho—. No hay nada qué escuchar, me mintió, se burló de mí como siempre lo ha hecho.

—Tú mismo nos dijiste a tu padre y a mí que conociste a otra Frieda, que era dulce, cariñosa, comprensiva, que te apoyó en todo este tiempo de la enfermedad de Niko... ¿Dónde quedó eso, Adler? ¿Crees de verdad que te mintió todo ese tiempo? ¿No podría ser un malentendido? —inquirió la mujer.

—No... porque hay una foto, hay pruebas —dijo el chico con seguridad.

—Las fotos con la tecnología de hoy en día pueden trucarse sin problema...

—Pues esta es real —afirmó Adler enfadado.

—Mira, el otro día Carolina y Rafa llamaron por video llamada, tú no estabas y aprovechamos para hablar de todo esto. Quedamos en que no nos meteríamos, nuestra amistad es demasiado importante para nosotros y ustedes son jóvenes, pueden pasar del odio al amor en un solo momento, y no sería bueno que eso influyera en la relación que tenemos como familia —dijo Berta con su característico tono de voz pacífico.

—¿Y eso qué? Yo no dije que ustedes se peleen por nuestra culpa, es obvio que no tiene sentido —añadió Adler perdiendo la paciencia.

—No es eso, Ad... solo que se supone que no tengo que decirte nada de lo que ellos dijeron, debemos dejar que ustedes lo resuelvan —añadió.

—Y no quiero que me digas nada —afirmó Adler en tono cortante y levantándose para salir de allí, su madre lo estaba incordiando y ya no tenía un ápice de paciencia, pero no quería rematar por ella su frustración.

—Déjame decirte algo que debes saber, quizás así puedas tomar una decisión coherente, Adler. La cosas no son como tú piensas —insistió su madre pero él no respondió y solo salió de allí.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora