Capítulo II

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Mayo, 2006Tres meses después

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Mayo, 2006
Tres meses después

Llenó sus pulmones de aire y encerró un sonido de esfuerzo en la garganta cuando estiró los brazos para alcanzar la caja de herramientas de la última balda. Detestaba que cada vez pesara más aunque dentro estuvieran las mismas y malditas herramientas de siempre.

Pero cada semana costaba más.

Se tambaleó en el taburete y emitió un graznido entre dientes, afianzando sus manos en la caja de metal. Pesaba, maldita sea, pesaba...

Decidió no soltarla, antes se iría de narices con ella. No sería la primera vez. Daría un salto del taburete y haría que la caja cayera sobre la pequeña mesa de madera, donde aguardaba el libro y los destornilladores que siempre debían estar a mano. Tomó aire, aseguró el agarre y dio el brinco. La caja de herramientas hizo el sonido más estridente que era capaz. El metal chocó con la madera, haciendo sonar todo lo que portaba en su interior. Tornillos, llaves inglesas o alicates chocaron entre sí en el golpe, mientras daba un salto descoordinado para tocar el suelo con los pies.

Estaba totalmente jadeante.

Apretó los puños y no levantó la vista del suelo. ¿Agilidad? Parecía que su cuerpo había decidido relegar de ella. En tres condenados meses su cuerpo en sí olvidó demasiadas cosas.

"Los omegas, por naturaleza, son más débiles"

Apretó los labios.

Él empezó a serlo de repente. Cambiaba con el paso de las semanas, sintiendo una cantidad de años encima; sintiendo que avejentaba aunque el espejo no le mostrara precisamente eso. Igualmente, tampoco se podía encontrar en su reflejo.

Todo era más cansado. Sudaba, gimoteaba, agachaba la cabeza y sentía esa estúpida necesidad de... de una sombra que estuviera por encima. Una absurda calidez, una...

Inspiró profundo por la nariz, sin aflojar sus puños.

"Louis, cariño, claro que sigues siendo el mismo. Claro que sí"

Esa voz de su madre.

No lo era, claro que no. Se había metido en otro cuerpo, le habían arrebatado lo que era. Su cabeza... ya no era la misma. De un día para otro sus ilusiones se esfumaron, sus aspiraciones desaparecieron para martillearse con la idea de todo lo que ya no sería, con la vida que jamás, ni siquiera de broma, planteó llevar. No quería; odiaba lidiar con ello. Sentía furia hacia esa naturaleza. Hacia la traición de su propio sistema. Su vida debía haber sido más fácil e independiente. Él no tenía por qué aprender a sobrellevar.

No, no, no.

—¡Lou! —se oyó no muy lejos—. ¡Lou, qué ha sido ese ruido! ¿Estás bien?

Y, oh sí, también ese tono de su padre.

Preocupación.

Y todavía ellos decían que nada había cambiado...

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