Capítulo XXIV

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La luz entraba por las ventanas sin cortinas del dormitorio

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La luz entraba por las ventanas sin cortinas del dormitorio. Harry estaba sentado en la cama y no podía dejar de mirarlo. Louis seguía dormido.

Se acomodó de lado después de que él dejara de ser el cuerpo al que se abrazaba. Una mano bajo la almohada mientras tenía medio rostro enterrado en la misma. Respiración acompasada, tranquila... Sus párpados a veces parecían hacer fuerza, sin embargo no despertaba. Harry miraba atento cuando eso ocurría, aun notando al omega tranquilo. El pelo le caía en la frente y no se había contenido el retirárselo más de una vez. De acuerdo, también debía admitir que lo hacía porque le encantaba el contacto. El menor tenía una piel cálida, suave... A veces deslizaba un dedo índice hasta acariciarle la nariz. Luego, se quedaba observando sus labios; los que por fin había probado. Los que eran tan acordes a él. Tímidos al principio y luego demandantes. También pícaros. A veces salados cuando se posó en ellos alguna lágrima, pero definitivamente picantes en su estado natural.

—¿Cuántas más cosas escondes? —murmuró el alfa volviendo a posar la yema de un dedo en la punta de su nariz.

Había recabado que Louis era como un libro que tenía más y más capítulos y que cuando creía que llegaba al final, aparecían más páginas, como por arte de magia.

También había asumido que él quería leerlas todas. Quería cada uno de los ejemplares.

Retiró el toque cuando el omega se removió, volviendo a apretar más los párpados. Sacó el brazo de debajo de la almohada y soltó un quejido bajo antes de comenzar a abrir los ojos.

—Hola... —susurró Harry, tranquilo.

Louis tuvo que pestañear un par de veces más.

—Hola —consiguió articular, descubriéndose la voz somnolienta y ronca—. ¿Q-qué hora es?

—Cerca de las once y media. Has dormido casi doce horas.

Louis se fijó en la sábana que lo cubría de hombros para bajo. ¿Doce horas? Eso era una locura...

—Dios... —gimoteó notando el letargo—. ¿Y t-tú?

Harry dibujó una sonrisa encantadora.

—Yo algunas menos. Salí a comprar algo de comida, aquí no había nada. Pero tardé sólo diez minutos y te escribí una nota por si te despertabas. No quería dejarte solo.

De repente, el semblante del alfa tornó a uno serio.

—Ni siquiera me enteré —confesó.

Llevaba semanas durmiendo una media de cuatro o cinco horas. A veces se notaba cansado, pero la cafeína ayudaba.

—¿Te quieres duchar? —volvió a hablar Harry. El otro todavía se notaba entumecido—. Conseguí que saliera agua caliente y hay toallas. Huelen raro, pero hacen su función.

No pudo evitar no sonreír.

—Sí, lo necesito. He dormido demasiado...

—Necesitabas descansar.

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