Capítulo XVIII

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Seguía teniendo frío, uno que no daba tregua y se alojaba en su sistema hasta llegar a encaramársele en todo el pecho

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Seguía teniendo frío, uno que no daba tregua y se alojaba en su sistema hasta llegar a encaramársele en todo el pecho.

Seguía sintiendo que las horas no pasaban.

Seguía pensando que era una sandez no despertar de una vez de aquella maldita pesadilla.

Sentía la tensión y tirantez dentro de él, en aquella parte primaria de sensaciones inexplicables. Era su Alfa, alterado, al acecho, nervioso... Su Alfa angustiado y sabiéndose impotente. Soltó un gruñido bajo y cauteloso cuando Annette apretó su mano, acomodando mejor la cabeza contra su hombro. Sí, todo aquello era su alfa desesperado por notar a su madre, omega, en aquel estado.

Terror. Dolor. Agotamiento...

Annette llevaba horas sin retirarse una mano del cuello, como si cuidara aquella zona que en ocasiones escocía, alineándose con el vacío helado que albergaba en el centro de su pecho.

Era el lazo.

Supo que algo iba mal aun en la distancia. Patrice todavía no se había quejado del primer dolor y a ella, en su hogar, ya se le había caído al suelo una taza de té. La omega también se desplomó, notando el dolor, la angustia, sabiendo que a su alfa le había pasado algo malo. Así era cómo funcionaba la naturaleza, la unión manifestada en una forma que la razón jamás iba a poder explicar.

La Omega de Annette estaba consumiéndola en absolutamente todos los sentidos.

Y Harry se iba a volver loco por eso. Por todo.

Su madre se apoyaba contra él, luciendo ojerosa y con vista perdida, hipando a ratos cuando las lágrimas corrían sin permiso por su rostro. Y él se volvía a decir que aquello no podía estar pasado, que no era real... Sólo llevaba tres semanas en casa, todo eso no estaba en los planes, era otro sentimiento el que debía reinar en su familia. No se explicaba cómo pasó todo. Por qué pasó...

—Trabaja mucho —llegó a murmurar su madre, con voz pastosa, en medio de otro apretón de manos a su hijo.

Harry notó la punzada de desasosiego arremetiendo.

—Mamá...

Pero ella negó con la cabeza, volviendo a hablar:

—Yo se lo decía, que debía parar un poco, dormir más, estar más en casa... Pero él me decía que todo estaba bien, que podía con todo. —Justo ahí, la voz de la omega se quebró. Un sollozo murió en el fondo de su garganta—. Y ahora... Oh, Patrice. No me puedes hacer esto, Patrice.

La vibración en las cuerdas vocales del alfa no había cesado, menos en aquel estado de su madre. No dudó en abrazarla cuando la omega contuvo otro lamento, enterrando los labios en su cabello, balanceándola quedamente en el contacto. Siseó, aun sabiendo que ahí su naturaleza era nula, que sólo actuaba para transmitirle el inmenso vacío y temor que atacaban a la mujer.

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