Capítulo XI

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Había sido arrollador.

La sensación de calor, la punzada en las sienes y el cosquilleo que le comenzaba al final de la espalda; el que se extendía hasta justo detrás de las orejas.

Necesitó huir, encerrarse, que nadie lo viera. Necesitó entenderse con aquella ira que lo llevaba al borde de las lágrimas.

Y se acordó de Harry. Se acordó de aquel lugar.

Él le había dicho que lo podía usar si lo necesitaba, independiente de todo, así que llegó a la casa, dejando la moto aparcada a dos pasos del porche.

Tardó en encajar la llave en la cerradura. Su corazón martilleando con fuerza cuando esta entonces abrió la puerta...

Quizás fue el olor, el estar solo sin que nadie lo viera u oyera. No supo qué fue exactamente lo que nimiamente lo llegó a tranquilizar... Un aroma familiar que con el paso de las horas también hacía que su faringe hormigueara. Que el calor que sentía en las mejillas aumentara.

Si pensaba en lo sucedido horas atrás, un nudo se le formaba en el centro del vientre. Su mandíbula tensa y la quemazón haciendo presa a una tirantez que le nacía en el pecho. Durante horas estuvo abrazado a sí mismo, tras la puerta principal, con las llaves de la casa encerradas en un puño. Pero no se permitió llorar; las lágrimas no eran útiles, se dio cuenta de que precisamente no eran las que liberaban la frustración. Le habían robado, infravalorado y humillado. Porque fue precisamente eso, el reclamo a sí mismo por aquel gemido que tuvo que dejar escapar cuando la naturaleza siguió su cauce y llevó a cabo las reglas. Un alfa lo había rebajado. Se había tenido que subyugar ante uno. Ante aquel.

Porque le fue imposible evitarlo. Porque fue algo que no decidió cuando pasó.

Y se detestó por ello, por supuesto.

Se odió.

Se gritó a sí mismo, enredó los dedos en sus cabellos cuando tironeó de ellos y gruñó. Cuando sólo palpaba más calor. Cuando irremediablemente reconoció los síntomas.

Entonces se retorció, porque era una guerra con su Omega, una que siempre perdía. Podía enfadarse con él y detestarlo, mas sería su naturaleza la que contraatacaría con el sometimiento. Podría maldecirla, pero esta siempre se rebelaría en su versión más arrolladora, esa donde el propio Louis perdía, abriendo paso a la forma más fiel de su condición.

Un omega en celo.

Otra vez, cinco meses después, con los ciclos alterados por la manera en que sus nervios se desestabilizaron. Pensó en su madre, en la cita a la que no fue para cambiar de supresores; para probar métodos mejores. No fue porque la olvidó al estar trabajando en su proyecto, porque le advirtió a Marjorie que le diría cuándo tendría un hueco y nunca lo hizo. No fue, siguió tomando los mismos y allí estaba, como siempre, reconociendo cada vestigio...

El ardor bajo la piel, las palpitaciones y el aire caliente que notaba traspasar por sus arterias pulmonares. Las bocanadas que quemaban...

Que las horas pasaran y aquella casa mantuviera el olor que podía revivir cuando recorría su vista por el pasillo y miraba el respaldar del sofá que adornaba el centro del pequeño salón.

Una vibración calentando sus cuerdas vocales junto a las primeras gotas de sudor que comenzaban a perlar su frente.

Eso que todavía no dolía pero lo haría. Quizás en una hora, a lo sumo dos... Cuando, con la vista fija en aquel sofá, sacó de su mochila el teléfono móvil. Cuando, con los labios apretados, intentó mandar un primer mensaje. Y algo rugiendo al pronunciar en su mente el nombre de Harry.

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