Capítulo VII

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Al final, sí que se repitió

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Al final, sí que se repitió.

Sus ojos eran feroces. La vista barría cada centímetro de piel, aquel toque precedido por unos dedos que no podían despegarse de tal extensión. Una palma entera recorría el menudo cuerpo del omega, deleitándose con la sensación fresca que transfería; que calmaba un vibrar bajo el pecho.

Harry era fuego. Era combustión lo que colmaba su sistema y se filtraba a través de sus gruñidos, saliva y movimientos bruscos cada vez que cubría el cuerpo ajeno con el suyo y aspiraba. Cada vez que perdía el control cuando sentía en su baja espalda los talones del omega. Cuando con quejidos bajos le pedía que apretara más aquel agarre y el otro lo entendía. O no. Pero lo hacía.

Su lengua hormigueaba, maravillada más que el propio Harry por estar empalagada de aquel sabor acidulado; uno cálido que refrescaba sus papilas. Encerrado en su propio cuerpo, gestionando sus movimientos con parsimonia puesto que en su cabeza la realidad se concebía más rápido.

Un guepardo ágil actuando como un león agazapado que estudiaba a su presa.

Unos ojos que se habían vuelto más verdes y serpenteaban.

Jamás había tenido un celo tan salvaje y, a su vez, jamás había estado tan en sintonía con su faceta más primitiva. Y no, no por parte de Louis; el de él se atemperaba. Fue cuestión de un rango de seis horas adivinar que aquella sed insaciable del alfa era por eso. Harry, también había entrado en celo.

Como un mar en calma que se embravece con un tsunami que ningún experto pudo predecir.

El alfa fue un torbellino desde que tocó al omega y se atiborró de todos los gimoteos que el pequeño soltó contra su cuello. Era demente, no podía controlar que su sistema se desbordara con cada sensación, con cada deseo que le gritaba la razón. Y no, no le tocaba aún, calculaba que todavía tenía de plazo un mes pero todo se fue abajo, cavilar más se volvió imposible y ni hablar de qué manera despreció cada cálculo si lo único que demandaba era rozar aquella piel suave. Y lo hacía, no podía dejar de hacerlo. Todo lo demás podía importarle ya bien poco.

Su celo se sincronizó una vez más con el de Louis. Su instinto se disparó cuando el deseo reinó, cuando por primera vez la teoría no podía explicar la práctica y cuando el instinto animal solo se movía por cautas pisadas sobre húmido suelo selvático.

Louis hundió medio rostro contra aquel colchón que estaba tirado en el suelo. Harry lo había arrancado del somier, despojado de las sábanas y dado la vuelta antes de haberlo hecho volar. Había visto con mirada felina cómo Louis se había dejado caer en él, destrozando sus labios secos con la punta de sus dientes al no poder dejar de mordisqueárselos. Todo él siendo un cuerpo pequeño, terso y lampiño al que el alfa necesitaba seguir atendiendo.

Louis dejaba su olor en cada espacio insignificante que tocaba.

Y Harry quería que lo hiciera.

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