Capítulo XXXI

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Sonrío al ver cómo su madre tomaba su pelo castaño y se lo recogía en una coleta que trabó con una pinza

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Sonrío al ver cómo su madre tomaba su pelo castaño y se lo recogía en una coleta que trabó con una pinza. Estaba en la cocina. Si pensaba en ella, esa era una de las imágenes que venían a su mente. La recordaba siempre de esa manera, arreglándose el cuello de la blusa para colocarse el delantal, lavarse concienzudamente las manos y rebuscar en la nevera. Comprobó la receta en uno de sus libros antes de sacar también la tabla de cortar.

Louis suspiró, alejándose hacia el salón. Paseó su vista por el mueble de la televisión y acarició con la yema de los dedos aquel portarretrato junto a la pantalla. Creía recordar que su madre le había dicho que allí él tenía unos ocho años. Había puesto los ojos bizcos y sacado la lengua mientras se colgaba de los hombros de sus padres. Sí, le encantaba esa instantánea. Recordaba que a George también. Siempre que la veía se burlaba de su cara, intentando imitarla.

Se fijó en el azul de los ojos y la sonrisa de su padre. Debía admitir que todo el mundo tenía razón. Se parecía mucho a él.

Exhaló antes de que la picazón en los ojos molestara un poco más, optando por encaminarse un momento a su cuarto. Apartó la maleta de la entrada y echó un vistazo a su cómoda prácticamente vacía si la comparaba a como siempre estuvo. Se había llevado algunas de sus gorras a Londres. Las que dejó, Marjorie las guardó en el armario para que no cogieran polvo. No había mucho más allí, un pequeño baúl que fue de su padre, las llaves de la moto y un billete de tren. Lo tomó, leyendo su nombre impreso y la ciudad de destino.

Londres.

Un billete a Londres para el día siguiente.

Tomó aire, mordiéndose el labio inferior para disimular aquella sonrisa que tiraba de sus comisuras.

Harry no sabía nada. Quería darle una sorpresa.

Lo había estado notando algo escueto en los últimos días que habló con él. Ya lo conocía, y lo cierto era que él tampoco era bueno en eso de mantener una conversación congenia por teléfono. No cuando sabía que podía expresar más con un contacto físico. Era nefasto hablando.

Pero lo echaba de menos. Lo echaba malditamente de menos.

Se despertaba en las noches, tanteando la cama para buscarlo. Se desvelaba luego al no encontrarlo. Pensaba en él, imaginándolo durmiendo, como las veces que Harry lo despertaba por los ronquiditos que emitía muy cerca de su oreja cuando lo abrazaba inconsciente hasta pegarlo a él. Su respiración tranquila cuando Louis entonces le acariciaba el pelo, apartándole los rizos que siempre le caían en la cara.

Oh, sí, lo echaba de menos. Tanto que llegaba a molestar.

Su garganta raspaba al recordar sus besos. Al fantasear con los muchos que les faltaban.

Dejó el billete sobre la cómoda, figurando el momento en el que, en poco más de veinticuatro horas, llamara a Harry para decirle que qué tal le parecería pasarse por la estación. Por supuesto, se negaba a tomar solo el metro hasta casa.

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