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[ NOTA: Si eres viejo lector evita hacer SPOILER o serás bloqueado.  Si eres nuevo lector, ¡bienvenido!
La manera de ser narrada la historia fue cambiada de pasado a presente por lo que los comentarios entre diálogos fueron ubicados al final del capítulo. Siéntate libre de poder volver a comentar]

Giselle.

Empezar de nuevo.

Supongo que una de las cosas más difíciles de mudarse es precisamente eso: empezar de nuevo. Empezar todo desde cero, en un nuevo entorno muy diferente al que estás acostumbrada, con un nuevo clima, personas nuevas, nueva escuela, y nuevos compañeros. Y, con todo y eso, siento que dejar Los Ángeles no es lo más difícil sino venirme a vivir a Alaska con mi padre, un completo extraño desde que se separó de mamá. Nuestra cercanía, después del divorcio, se resume únicamente a llamadas en días especiales como, por ejemplo, navidad y año nuevo.

Hemsworth – sí, como los sexys hermanos Hemsworth – es un pequeño pueblito perdido entre la frontera de Canadá con Alaska, tan diferente a Los Ángeles que intimida. Mientras miro por la ventanilla del viejo opel KARL de papá, me pierdo en el paisaje y suspiro con melancolía. Aquella hermosa ciudad ha sido remplazado por la fachada de un pueblito rustico cubierto de nieve que, según papá, nunca logra liberarse del invierno eterno en el que está sumergido.

Nunca hubiera tomado la decisión de venir a este lugar por mi propio medio; sin embargo, mamá ha conseguido una oportunidad de trabajo que la mantiene constantemente de viaje y ha decidido que eso, entre la mala relación que tengo con papá, no es bueno para mí.

Mamá y él se casaron muy jóvenes, llenos de esperanzas, metas e ilusiones, las mismas que poco a poco empezaron a desaparecer y, después de llegar a un punto sin retorno en su matrimonio, mamá terminó por pedirle el divorcio hacía ya alrededor de tres años. Sin embargo, recuerdo que mucho antes del divorcio él se había aislado del mundo real para caer en un mundo de fantasía, arrastrándome consigo a todo ese caos y desentendiéndose de aquellas responsabilidades que tenía, no solo como esposo, sino también como padre. Al principio no entendía el por qué mi madre discutía tanto con él, o por qué papá no mostraba interés por mis actos o actividades escolares, tampoco entendía por qué el dinero no parecía alcanzarnos o por qué papá nunca podía mantener un trabajo estable, no hasta que logré ver, por mí misma, que mi padre tenía una extraña obsesión por criaturas mágicas, criaturas ficticias.

Él nunca había mostrado algún tipo de interés por llevarme al parque, por jugar o llevarme al cine, incluso a eso se le suma el hecho de olvidar algunos de mis cumpleaños. Pero, con el pasar del tiempo y el inicio de mi madurez mental, pude comprenderlo un poco, sin llegar a justificarlo, claro está; después de todo, esa había sido su crianza y él solo estaba haciendo conmigo lo que, de seguro, su padre hizo con él.

Mi padre siempre ha sido un tipo enamorado de la vida en la nieve y de las leyendas que provienen de estas regiones. Él nació en este pueblo de Alaska, y por eso desde pequeña escuchaba historias sobre cualquier criatura extraña y, sobre todo, del hombre de las nieves o, como él  y gran parte del planeta lo llama, el Yeti.

Durante esos años que conviví con él, cuando solo era una niña, me dejaba envolver fácilmente por cada detalle que me decía sobre sus constantes investigaciones. Para ese entonces era muy pequeña y crédula, y creía de forma ciega en cada palabras que decía; sin embargo, cuando cumplí los catorce años, justo después del divorcio y de su ausencia física, dejé de creer y empecé a ver la realidad de otra forma. La idea de un gran mono de pelaje blanco se me había vuelto muy trillada, por no decir estúpida. Hablar del Yeti me cansa de una manera increíble, eso es tan absurdo y agotador que me cuesta creer que de verdad exista personas que creyeran su existencia y que yo, por supuesto, también lo hubiera hecho hasta un tiempo.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora