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Giselle.

No puedo moverme. No puedo respirar. Hay un nudo en la garganta que me lo impide. El miedo me tiene congelada en mi sitio, con la vista fija en la Belledame, que está colocada sobre la superficie de mi cama.

De pronto el aire se me escapa de los pulmones de manera casi violenta. Las lágrimas acopladas en mis ojos hacen que la vista se me ponga borrosa, aún así, no dejo de observarla.

Esa flor no estaba ahí cuando me fui. Quiero creer que de seguro fue Hannah la que la tomó por curiosidad y la movió de su sitio. Sin embargo, por muy posible que eso suene, sé que no es cierto, y esto lo sé porque… puedo sentir su presencia.

Él estuvo aquí…

Él está aquí…

El chico misterioso – del cual todavía no sé el nombre – está en mi habitación. Lo sé. Lo siento. El ambiente aquí es pesado, yo me siento pesada, es como si me estuvieran observando; sin embargo, estoy sola.

Han pasado un par de minutos desde que llegué, desde que Chase – que iba saliendo al funeral de Douglas – me trajo, y desde que estoy en mi habitación no he sido capaz de hacer nada más que estar inmóvil, con el corazón desembocando y el miedo corriendo por mi venas.

« Giselle… »

Otra vez su voz. No es más que un susurro que suena en mi cabeza.

« Giselle… »

Vuelve a llamarme.

Trago saliva y me obligo a responderle:

— ¿Qué es lo que quieres? — Y por un segundo me siento estúpida al hablarle a la habitación vacía.

No responde. Pero aún así logro escuchar su risa. Es malvada, y esta vez la escucho cerca. Ya no es un susurro en mi cabeza. No. Ahora es algo tan claro, que por un segundo creo que está a mi lado.

— ¿Quién eres?

« ¿Tan rápido me olvidaste? »

Jadeo.

— Dime tu nombre.

« Solías llamarme de muchas formas »

Frunzo el ceño. ¿Solía llamarlo de muchas formas?  ¿A qué se refiere con esto?

Niego con la cabeza y me obligo a dar una inspiración profunda de aire antes de dar un paso al frente. La maleta dónde todo está empacado está en una esquina. Justo cuando voy por ella, algo en la mesa de mi escritorio llama mi atención. La fotografía que está justo a mi laptop, esa en donde salgo con mamá, está boca abajo. La tomo y la acomodo una vez más.

« Giselle… »

Ahí está otra vez.

Las manos me tiemblan, y lentamente me giro para encontrarme una vez más con la habitación vacía. No hay nadie, salvo yo.

— ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué no me dejas en paz?

« Porque eres mía »

Justo entonces, la puerta de mi habitación se abre.

Pego un respingo por la sorpresa.

— ¿Con quién hablas, cariño?

Es papá, y me mira extrañado.

— Conmigo misma. Suelo hacer eso muy seguido — miento sin mucho esfuerzo, llevándome el dedo gordo a la boca para morderme la uña — Lo lamento.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora