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Giselle

Una vez que Chase prepara el almuerzo para ambos, nos ponemos cómodos en la mesa para empezar a comer y, en el proceso, conversar. Mi chico es realmente un muy buen cocinero, y entre risas y anécdotas graciosas terminamos todo lo que ha preparado. Ambos lavamos los platos y, para cuando terminamos, lo siento colocarse justo detrás de mí. Sus manos se posicionan en mi cintura antes de llevarla hacia delante y finalmente rodearme con sus brazos. Mi espalda queda pegada a su pecho mientras inclina la cabeza hacia adelante; me echa el cabello suelto a un lado y luego su boca llega a mi oído.

— ¿Ahora qué quieres hacer? — Su pregunta me hace sonreír.

Lentamente me giro para quedar de frente a él. Tiene una sonrisa de lado en sus labios, y llevo mis manos hacia su nuca para acercarlo un poco más a mi rostro. La punta de su nariz acaricia la mía y, de la forma más provocativa que logro conseguir, le digo:

— ¿Qué quieres hacer tú?

La sonrisa de lado que tiene en la cara se vuelve más grande y sin dejar de mirarme a los ojos siento como sus manos poco a poco hacen su camino hacia mi trasero, dónde aprieta ambas de mis nalgas y me pega más a su cuerpo. Ante eso me muerdo el labio inferior y espero sus próximos movimientos.

— Tengo algo en mente — me dice a lo bajo, levantándome para colocarme sobre el mesón detrás de mí.

Sus palabras me roban una sonrisa y, pasando una mano por su cabello blanco, lo espero.

Chase me separa lentamente las piernas para posicionarse entre ellas. Una vez acomodado, inclina su cabeza en mi dirección y me besa despacio. Al principio es solo una casta caricia. Luego, muerde mi labio inferior y tira de él, haciéndome soltar un gemido de satisfacción. Eso parece animarlo porque ahora decide repetir el proceso. Primero es un roce y luego una mordida suave, tira de mi labio y luego termina por besarme. Nuestras lenguas se encuentran y poco a poco el beso empieza a tornarse hambriento.

Mis manos se posicionan detrás de su nuca y lo acerco más a mi rostro – si es que eso es posible –. Justo cuando tengo la intención de llevar las cosas al otro nivel, Chase corta el beso y retrocede un par de pasos.

Ante su lejanía me siento extrañamente desprotegida. Mientras ambos nos miramos con las respiraciones agitadas, me relamo los labios y espero que diga algo.

— Subamos — dice al cabo de un largo segundo. Sus palabras me roban otra sonrisa. Sin embargo, él parece adivinar lo que pasa por mi cabeza ya que se adelanta y añade rápidamente —: A ver películas.

Mi sonrisa desaparece poco a poco y, de un salto, me bajo del mesón para acercarme a él.

— ¿Solo a ver películas?

Él asiente.

— Yo creí que…

— Sé lo que creíste — me interrumpe, pasándose una mano por el cabello —, pero no.

Frunzo el ceño.

— ¿Por qué no?

— Porque lo acabamos de hacer y… no quiero lastimarte. Yo…

— Chase — ahora es mi turno para interrumpirlo —, no estoy enferma, solo acabo de perder la virginidad. Estoy bien.

Sus mejillas se tiñen de rojo ante mis palabras y yo no puedo evitar sonreír ante eso. Es increíble que después de todo se siga sonrojando por temas como este.

— ¿No te duele?

Me tomo un segundo para responder su pregunta. ¿Que si me duele? No diría que es dolor lo que siento, sino más bien una incomodidad. Me siento extraña y… abierta. Muy abierta.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora