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Giselle.

El silencio del lugar es aterrador.

El aullido de los lobos se escucha a lo lejos, y la luna se encuentra en su punto más alto, alumbrando todo a nuestro alrededor con una intensidad increíble.

El viento vuelve a soplar, causando que un pequeño jadeo brote de mis labios, y deja a su paso un silbido que se torna de lo más aterrador.

Este sitio debe de estar, por lo menos, un par de grados bajo cero.

El aire es tan gélido e intenso que puedo sentir incluso como cala a través de mi abrigo y guantes. Al respirar, mis pulmones arden y mi aliento se hace visible.

— Creo que ya es demasiado — Chase habla a mis espaldas. Sé que tiene razón, pero me obligo a ignorarlo y sigo con mi camino — No vas a verlo...— prosigue.

Pongo los ojos en blanco, y me abrazo a mí misma.

— Qué pe-pesimista e-eres. — Tiemblo, apretando los puños.

— Escucha, Giselle, no quiero sonar cruel contigo, pero lo mejor sería no encontrarlo. Esa cosa no tardaría ni un minuto en matarnos.

Vuelvo a rodar los ojos y sigo avanzando.

Mi tobillo duele y lo siento palpitar. Me encuentro cansada. Aún así, me niego a detenerme.

Pueden llamarme estúpida o lo que quieran, pero hay algo que tira de mí para que siga andando. Y no voy a detenerme.

Necesito seguir moviéndome.

Necesito verlo.

Una mano en mi antebrazo me obliga a detenerme y me hace girar de golpe. Mi pecho golpea con fuerza el suyo y, de pronto, el frío que siento desaparece por completo, trayendo consigo un calor exquisito. Levanto la vista para encontrarme con su mirada fija en mi rostro.

Tiene la mandíbula tensa y me mira directo a los ojos.

Marrones contra azules.

— Detente, por favor, vas a congelarte.

— E-Esto-oy bi-ien — le aseguro; sin embargo, el temblor en mi voz me delata terriblemente.

Chase me observa con detenimiento y hace una mueca, negando con la cabeza.

— Por favor, Giselle, déjame llevarte a casa — suplica.

Muerdo mi labio inferior, dubitativa, y noto que he perdido momentáneamente la sensibilidad debido al frío. No lo siento. Tal vez ya están morados.

Chase estira su mano y tira de mi labio hacia abajo antes de acariciarlo con la yema de su pulgar. Su tacto me deja un intenso ardor en mi piel fría.

Coloco mis manos sobre su duro y cálido pecho, y me quedo ahí, quieta, absorbiendo su calor. Se siente bien. Demasiado bien. Es cogedor e intenso. ¿Por qué es así? ¿Por qué él parece no estar muriendo de frío?

Nos quedamos en silencio por un tiempo que parece largo, aunque quizás solo han pasado unos segundos. Solo nos quedamos viéndonos fijamente el uno al otro. Ni siquiera parpadea. Yo menos. Estoy atrapada por su forma de mirarme. Estoy perdida en esos ojos que parecen dos preciosos zafiros.

De pronto, Chase se aclara la garganta y da un paso hacia atrás, poniendo espacio entre ambos, rompiendo la burbuja en la que nos encontramos. Aún así, seguimos con la vista fija en el otro por unos segundos más.

El deseo de acercarme de nuevo a él para absorber su calor me asalta. Pero me contengo lo mejor que puedo para no hacerlo y me doy media vuelta para empezar a retomar mi camino.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Where stories live. Discover now