Capítulo 3 | Encuentros Verdosos

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Él tenía novia.

En todos esos meses que estuvimos distanciados, pero que manteníamos una comunicación constante no me lo había dicho. ¿No existía la suficiente confianza entre nosotros? Eso me destrozó.

Me había levantado hace veinte minutos y ver el techo blanco me parecía una tarea interesante.

Mi celular sonó. Tardé unos minutos en tomarlo y leer el mensaje.

Harley♡: ¿Vendrás, Lay?

El corazón me molestó más que su mensaje. Me fui a mis contactos y lo cambié a sólo Harley.

"Estoy ocupada. No podré llegar." Respondí.

No se demoró mucho y me llegó otro mensaje.

Harley: ¿Sigues enojada?

"Más que eso." Pensé.

No quería verlo. No en ese momento.

"Tengo trabajo que hacer." Contesté y dejé el celular sobre la mesa de noche.

No había mentido en mi respuesta. Tenía trabajos que entregar en la universidad. Era el último semestre y cada punto contaba.

Tomé una ducha. Mi cabello goteaba y utilicé el secador. Fui a la cocina y me preparé el desayuno. Huevo revueltos para empezar el día.

Leah estaba de visita en la casa de sus padres, no podía pedirle que saliéramos. Decidí quedarme en el apartamento y terminar los trabajos.

Mi cabeza y mi cuerpo ya no daba para más. Decidí salir a tomar aire y dejar de pensar. Ya no quería pensar en Harley. ¿Acaso mis sentimientos no le importaban? Él sabía lo que sentía. A pesar del tiempo y la distancia mis sentimientos hacia él seguían intactos.

¿Por qué no me correspondía? ¿Por qué no me veía como algo más que sólo su amiga del alma?

¿Acaso no entendía que me estaba lastimando?

Me detuve cuando vi una cabellera rojiza que ya conocía. Me acerqué a él y me senté a su lado.

Había llegado a una plaza, el aire era fresco y la sombra de los árboles hacían más agradable sentarse en los bancos.

No se había percatado de mí. Tenía sus audífonos puestos y los ojos cerrados. Le toqué el hombro provocando que sus párpados se abrieran.

Unos increíbles ojos verdes voltearon a verme.

—Que ojazos —susurré sin dejar de observar esas atrapantes esferas.

No dijo nada. Se quedó observándome detenidamente. Su intensa mirada comenzaba a intimidarme.

— ¿Qué haces por aquí, Lowell? —Traté de iniciar una plática amigable y amena, pero al parecer él no tenía la misma idea.

—Puedes quedarte —Cerró sus ojos de nuevo y se colocó un audífono—. Pero guarda silencio.







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