Capítulo 32 | Ausente Color

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Lowell había pasado por mí después de mi jornada en la universidad y me había comprado un batido, melón con naranja, mi favorito. La sonrisa en mi rostro era imborrable.

Le pedí que me llevara a ver a mi madre, él no dudó y puso el auto en marcha luego de darle la dirección. Tenía que hablar con ella y solucionar esto.

— ¿Qué sucede? Te veo intranquila —habló el pelirrojo dándome unas miradas rápidas mientras conducía.

—Yo no... —Dejé la frase a medias.

Lowell sonrió.

—Haces gestos extraños con tu rostro y juegas con tus manos. ¿Ver a tu madre te inquieta? ¿Por qué?

Solté un suspiro, dejé caer mi cabeza en el respaldo y giré a verlo.

—No la he visto por un tiempo, no sé lo que me espera —Hice una mueca—. Me hubiera gustado ser un poco más unida con ella. Mi padre decía que la comprendiera, pues le era difícil demostrar su afecto. Ahora ellos piensan divorciarse.

— ¿Estás en desacuerdo con eso?

—No. Pienso que es lo mejor. Lo que me preocupa son mis hermanos.

Le hablé de mis padres, de mi relación con ellos, lo que sucedía cuando sus discusiones surgían y las consecuencias que traían. Le conté una parte de mi vida y él me escuchó, opinando algunas veces.

Mordí el interior de mi mejilla y toqué el timbre. Había venido algunas veces a esta casa, le pertenecía a la mejor amiga de mamá, por lo que estaba segura que este era el lugar al cual siempre acudía. Volteé a ver hacia atrás para mirarlo, Lowell había decidido quedarse en el auto para darme espacio. Le eché un último vistazo antes que la puerta se abriera.

— ¿Layla?

La sorpresa en su rostro era notable, una cosa que llamó mi atención eran las ojeras que traía y su cabello rubio estaba descuidado. Sonreí, puesto que Drew se parecía a ella, en cambio, Harper y yo heredamos el cabello castaño de mi padre.

—Hola, mamá.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó—. No es un buen momento ahora. Me siento cansada.

—Necesito hablar contigo. Sé que estas pasando por un mal rato, pero, ¿qué hay de Drew y Harper? Han estado días solos en casa.

—Layla —Se llevó una mano a la frente—. La cabeza me duele, no quiero discutir.

—Mamá, necesito que me digas que pasará con mis hermanos si tú y papá se separan. Ninguno ha llamado para preguntar por ellos, ¿Acaso no importan? Se olvidan de sus hijos por discusiones absurdas, no me imagino que sucederá si llegan a divorciarse.

Ella cerró los ojos y los apretó con fuerza.

—No quiero hablar de tu padre. No quiero hablar de nada, Layla. Sólo quiero dormir y olvidar todo. Si vas a hablar de él es mejor que te vayas.

Fruncí el entrecejo, comenzaba a enojarme un poco.

—Te pido que pienses en Harper, ella apenas tiene ocho años, los necesita —Suspiré —. Los amo, pero estar juntos sólo los dañará más.

—Suficiente. No quiero seguir escuchándote. Vete, ahora.

—Mamá —pedí, pero ella cerró la puerta antes de que pudiera decir otra palabra.

Cerré los ojos y expulsé el aire de mis pulmones. Sentí unas manos colocarse en mis hombros.

— ¿Estás bien?

Abrí los ojos y me encontré al pelirrojo examinandome, sus ojos verdosos reflejaban preocupación. Negué con mi cabeza y miré a otro lado. No estaba nada bien, mi madre no quería escucharme. Decidía perderse en su dolor que fijarse en lo que ocurría a su alrededor.

Los brazos de Lowell me rodearon para abrazarme. Sentí mis ojos humedecerse y los cerré para no soltarme a llorar. Lo abracé con fuerza para que no me soltara, su olor y su calor era lo único que quería en ese momento.

—Llévame a casa.










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