Capítulo 4: El oro de su cabello (editado)

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Esa mañana sería diferente, así lo había sentido. Tal vez fuese por el suave temor que le cosquilleaba la piel aunque ya no recordara por qué, o por el molesto ruido proveniente de afuera, que había intentado ignorar lo máximo posible para continuar durmiendo. No lo sabía, pero estaba segura de que tenía la culpa de que hubiese dormido tan mal.

El golpe que produjo la puerta de su habitación al abrirse con brusquedad la espabiló por completo, y su madre, que se sentó en su cama, le ordenó que se levantase. Ella abrió los ojos y se los frotó tras bostezar. Charlotte se levantó y le quitó la manta para que se levantase ella también, y Taissa se sentó en la cama estirando los músculos.

—¿Qué pasa? —le preguntó con otro bostezo.

—Soldados. Ya han comenzado —Solo había hecho falta una noche de sueño para que se le hubiese olvidado. Gracias a Dios, Charlotte Owens era una mujer con los pies en la tierra, aunque desafortunadamente, demasiado testaruda para Taissa. Se levantó de la cama y le preguntó —. Te deshiciste de él, ¿verdad? Por favor, dime que sí —La tranquilidad que demostraba Taissa, sacando perezosamente las piernas de la cama debería habérselo dicho, pero Charlotte siguió con las manos en sus hombros y mirándola fijamente. Al parecer, ese alivio que había notado el día anterior se había esfumado.

—No lo tengo. Tranquila, mamá —Taissa se quitó las manos de su madre de encima y le acarició el brazo. Intentó que las palabras que iba a decir sonaran con seriedad, pero había de admitir que con la cara de sueño que tenía, con legañas en sus ojos, y que además, apenas podía continuar con los ojos abiertos, el resultado decepcionaba —. No encontrarán nada que lo relacione conmigo —Charlotte soltó un suspiro y le pidió que se vistiera con como dijo "lo más inocente que encontrase".

Taissa registró su escaso armario, y con una mueca se puso un vestido azul oscuro de lana gruesa que le llegaba un palmo por encima de los tobillos, con un delantal atado a su cintura y con las medias menos rotas que encontró bajo unos botines marrones. Tampoco es que tuviera mucha variedad. Aún medio dormida, y sentada en uno de los taburetes de la mesa-comedor, su madre le hizo una trenza de espiga en el pelo. Para cuando llegaron a la casa, ya estaban sentadas en el sofá, con una taza de humeante té sobre sus manos.

Charlotte, algo temblorosa, abrió la puerta a un grupo de cuatro guardias que esperaban a un quinto que entraba por el umbral de la puerta detrás de los demás. Apoyó la taza en la mesa, y secándose la boca con el dorso de la mano, lo vio.

Se veía joven y atractivo, con una mirada seria y unas facciones marcadas. Mientras su rubio cabello peinado hacia atrás resplandecía bajo los rayos de luz que entraban por la puerta e iluminaban toda la estancia, Taissa sintió que debía dejar de mirarlo fijamente, ya que lo hacía sin siquiera pestañear, y cuando se acercó, se dio cuenta de que sus ojos eran del color de la hierba brillante por el rocío.

Su cuerpo dorado y tonificado se aferraba al uniforme a la perfección y a través de la tela, Taissa pudo notar sus trabajados músculos. Detrás de sus anchos hombros, vio una espada colgar. Su empuñadura parecía estar hecha de oro, y el lenguaje grabado no era uno que ella reconociese. En su cinturón también observó dagas y cuchillos, todos afilados y preparados para ser utilizados, lo que le afirmaba la mano que reposaba sobre el cinturón. Sus pasos, lentos, suaves y calculados, sólo confirmaban lo que ya sabía. Estaba adiestrado.

Parecía la clase de hombre al que se acudía para pedir una clase de trabajo como la que ella había hecho hacía no tanto, y de manera inmaculada. De ese tipo, o incluso peores, de los que no se dejaban manchar por la sangre de sus víctimas y que eran como un rayo, mortal y rápido. Sin embargo, cuando subió sus ojos a los suyos, se sonrojó al notar que la miraba fijamente. Taissa maldijo. Debía ser por sus estúpidos ojos, razón por la que solía llamar la atención, una herencia que procedía de Émtira, según había escuchado de sus padres, una isla completa de nieve y hielo al oeste de Annwyn.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora