Capítulo 14: La lluvia de las hadas se tiñe de rojo (editado)

189 22 1
                                    

Cuando por fin llegaron a las casas, Taissa cruzó los dedos, deseando que no les ignoraran o que su prejuicio contra los forasteros los hiciera mentir o ocultarles algún tipo de información importante. Dylan se detuvo un paso por delante de Taissa frente a una de las tres puertas a las que tenían pensado acercarse, y llamó con los nudillos un par de veces. Luego dio un paso hacia atrás, para pararse a su lado. La puerta chirrió al abrirse lentamente, dejando un espacio pequeño para que un persona al otro lado se asomara por la rendija abierta.

—¿Quién es? —La voz era gruesa y femenina, y aunque no parecía amigable, Dylan esbozó su mejor sonrisa.

—Disculpad la importunación, señora. Queríamos hacerle unas preguntas —afirmó. La mujer arrugó la nariz, aunque abrió más la puerta.

—No tengo mucho tiempo —comentó.

—Solo serán unos minutos —dijo Taissa. Ella asintió a mala gana —. Su marido enfermó hace cuatro días, ¿cierto?

—Sí.

—A la vez que el señor Michael, y la familia Andersen —Ella asintió.

—Pensábamos que sería una intoxicación por el pescado hasta que empezaron los síntomas —respondió ella.

—¿El pescado? —preguntó Dylan.

—Mi marido suele ir a pescar con esos dos a la derivante del río una vez por semana —explicó —. Como yo no comí pescado, ya que tenía el estómago revuelto, imaginamos que sería por eso.

Dylan y Taissa se miraron. Ya no necesitaron más, y aún así Dylan dijo —Me han dicho que la hija de los Andersen se está quedando con usted, ¿puede llamarla? —La mujer lo miró escéptica, pero luego se encogió de hombros. No se molestó en adentrarse en la casa, girándose hacia el interior, gritó —. ¡Marissa! ¡Ven aquí!

La niña, de apenas ocho o nueve años, no tardó en hacer acto de presencia —¿Qué pasa? —Dylan se acuclilló a su altura.

—¿Comiste del pescado que tu padre trajo la última vez? —le preguntó. La niña frunció el ceño, evaluando la razón de la pregunta.

—No me gusta el pescado —contestó. La mujer le dio un golpe en el cogote —. ¡Ay!

—Hay que comer de todo —La niña le sacó la lengua antes de correr hacia dentro.

—Muchas gracias por su ayuda —dijo Taissa —. Eso es todo —La mujer asintió, cerrando la puerta frente a ellos.

—Entonces sí es el agua —dijo Dylan. Taissa asintió.

—Ellos se contaminaron por el pescado —repuso ella —. ¿Pero qué le pasa al agua?

Dylan volvió a llamar a la puerta, y cuando la mujer los recibió con una mirada molesta, cruzándose de brazos, Dylan fue a disculparse, aunque ella no lo dejó —¿Qué quieren ahora? —preguntó antes de que Dylan pudiese hablar.

—¿Hay alguna fábrica... o algo parecido cerca del río? —La mujer se sorprendió por la pregunta. Si decía que sí, su estadía allí habría sido provechosa. Habría encontrado lo que buscaba.

—No hay ninguna fábrica —Dylan iba a resoplar cuando ella continuó —, pero hay una mansión abandonada. Es presa de bichos y animales salvajes, y hasta dicen que seres de otros mundos la visitan... así que no creo que sea lo que buscan. La familia noble de estas tierras la abandonó hace ya décadas y pasó a ser propiedad del alcalde, pero mi marido juró ver luces encendidas dentro una vez.

—Muchísimas gracias —contestó él, casi esbozando una sonrisa.

Dylan se giró mientras aún hablaba, poniéndose en camino. Taissa asintió a la mujer, por los servicios prestados, y lo imitó, dando un par de zancadas para alcanzarlo. Dylan andaba deprisa, por lo que los pasos de Taissa tenían que hacer el doble de esfuerzo para mantener el ritmo, pero no se quejó, habían cosas que hacer. Taissa comprobó que los pasos decididos de Dylan tenían toda la intención de desviarse del camino principal y se detuvo, con la cabeza ladeada y una mirada confusa. Dylan, al no escucharla caminar a su lado, se giró para mirarla.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora