Prefacio (editado)

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La oscuridad era profunda. Las tragaba tomándolas entre sus brazos, protectora y precisa, como si supiera que necesitaban su cobijo, como si hubiera olido la sangre, sentido las muertes.

—Vamos, vamos, vamos.

Podía sentir su miedo. La preocupación se palpaba en sus palabras, dichas más para sí misma que para la niña, poco más que un bebé, la misma niña a la que había sacado de la cama cuando todavía no había amanecido. Sin embargo, su sonrisa fue dulce cuando sus miradas se cruzaron. Siempre lo había sido, lo que realmente encajaba con su aspecto, que había transmitido a su retoño.

La pequeña niña escuchó el sonido de los pasos en la planta de abajo. Aunque con esas orejas que en ese entonces eran redondas y humanas, y que no hacía mucho habían dejado de ser feéricas (puntiagudas y más habilidosas), no podía estar segura. Pero para que los escuchara, sólo había una explicación: eran muchos. Su sentido ya no era como antes, pero aunque podría haberse equivocado, al ver la cara asustada de su madre supo que no.

Con la pequeña tomada en brazos, protegiéndola, y ambas llevando nada más que sus camisones de dormir encima, la reina trastabilló cuando se chocaron con una figura. Antes de que cualquiera de ellas cayera, la mujer con la que se habían cruzado las sujetó con fuerza, afianzando sus pies en el suelo.

—¡Marianne! —exclamó llena de alivio al mirarla. La niña se agarraba de la tela de su madre con fuerza, más asustada por cada segundo que pasaba y en el que estaban quietas —. Pensaba que estabas en la capital, en Serya.

Ciertamente iba vestida para el combate, con ropas de cuero y armadura de plata y tasuirio, un metal que solo había en Annwyn y que usaban para crear sus espadas y armaduras. La calidad aumentaba según el tasurio que llevara, pero era muy complejo de trabajar, así que los objetos fabricados con una buena cantidad eran más preciados, como la espada en su mano. Su cabello plateado, por otro lado, estaba manchado de mugre y sangre.

—En cuanto nos dimos cuenta de su destino, tomé el caballo más rápido que encontré —susurró. Sus ojos centellearon, sabiendo que su seguridad peligraba, sabiendo que con cada segundo que pasaban allí era más probable que no sobrevivieran.

—Ellos... —Lara pareció no saber cómo explicarse —. Ellos encontraron el pasadizo de mi alcoba... Antes de siquiera recorrer la mitad del pasaje nos topamos con soldados. Pensaba... Yo pensaba... Debería haberos hecho caso —Marianne entrecerró los ojos mientras su ceño se hundía. Tomó a Lara del rostro, sin importar que tuviera las manos manchadas de sangre, y juntó su frente con la de ella. La niña las contempló, como lo había hecho cientos de veces, quizá miles, y Lara dejó escapar un sollozo.

—Está bien, podemos hacerlo. Os llevaré a Didi y a ti al punto de encuentro, con Hugo, y luego iremos al refugio.

—¿Y Sienna? —preguntó Lara. Marianne no perdió la compostura.

—No tardaremos en verla, no te preocupes —Miró por la cornisa y vio que ya habían acabado con los sirvientes y soldados de abajo, todos muertos. El suelo estaba manchado con su sangre —. Tenemos que irnos, ya.

La rodeó con su brazo libre y echaron de nuevo a correr. Entraron en la última sala del pasillo y Lara cerró la puerta tras ella poniendo el pestillo y un mueble de soporte, que la hizo demorarse demasiado. Miró de un lado a otro, con manos temblorosas y ojos cristalizados, y por fin encontró lo que buscaba.

—Yo puedo detenerlos, tienes que sacarla de aquí, es la heredera al trono, el futuro de Annwyn. Si su padre está muerto como dicen es nuestra última esperanza.

—Que su batallón haya caído, no significa que-

—Marianne, por favor —Dejó en el suelo a la niña y caminó hacia uno de los tapices para descolgarlo. Detrás de lo que parecían simples renglones verticales de madera, colocados uno al lado del otro, la reina dejó ver una entrada.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now