Capítulo 41: Veredicto final (editado)

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—Siguiente acusado, Jordan Scott —anunció lord Michael antes de que pasasen al hombre a la sala —. Sus cargos son cómplice en utilización de magia y robo. ¿Cómo se declara? —Las palabras que dijera a continuación eran muy importantes, pues supondría delatar o no a Alicia.

—Inocente en cómplice en utilización de magia y culpable en cómplice de robo —declaró él haciendo que muchos casi suspirasen. Era la opción más correcta, la más inteligente, con todos los panfletos que por culpa de Taissa circulaban por todo Cryum con su cara, de lo contrario, sólo hubiese parecido culpable. Lord Henry fue a su lado para defenderlo también. Aunque hubiese ayudado a su hija a arruinarse la vida, si lo abandonaba, sería como abandonarla a ella.

—Señor Scott, dice usted ser cómplice de robo, es decir, sabía que la señorita Owens había robado el grimorio. ¿Se lo entregó a usted? —preguntó lord Michael. Él asintió —. Entonces, una vez en sus manos, ¿qué hizo con él? ¿Cómo acabó en manos de la señorita Alicia?

—Se suponía que debía ir a por un vestido a Corona para el baile, y todo el mundo lo sabía. Unos días antes de mi partida un hombre me ofreció una cantidad de dinero por conseguirle de allí el grimorio, así que lo hice.

—¿Un vestido? Según he escuchado, el vestido fue comprado en una modista de la ciudad de Rocklust, a la que fueron tanto la señorita Alicia como las señoritas Danielle y Taissa.

—No pude encontrar al modista en la ciudad, por eso no le traje nada.

—Ya veo, ¿y cómo acabó el grimorio en manos de la señorita Alicia? —preguntó él.

—Ella me vio dejarlo en el lugar acordado y lo cogió. Iba a devolverlo en la fiesta, ya que acudirían personas que se lo podrían hacer llegar a lady Helene.

Sin embargo, los cuchicheos solo afirmaron lo que él ya sabía, parecía una excusa barata, Nadie se lo estaba creyendo. Y menos cuando hicieron llamar a testificar a uno de los soldados de lord Michael, uno fuera de lo ordinario.

—¿Nos puedes decir tu nombre y procedencia? —Él asintió.

—Me llamo Carl Simmons, vengo de Sarande, y mi abuelo materno era un fae —dijo sorprendiendo a toda la sala —. Mi padre era mitad fae y mi madre del todo humana, por lo que aunque tengo sangre fae, no es mucha.

Casi pareció como si intentara defenderse a sí mismo.

No soy uno de ellos, parecía decir.

—Y, ¿me puede decir qué heredó de ese lado?

—Puedo sentir la magia —Un alarido de sorpresa de nuevo, y el cuerpo de Taissa se movió involuntariamente hacia atrás. El soldado explicó cómo lord Michael lo había aceptado en la unidad anti-magia por sus habilidades detectoras, y que cuando vio a Alicia en las mazmorras, había una gran cantidad de esencia mágica en ella. También, que desde entonces llevaba sintiendo la magia en todos lados, en cada sala del castillo, incluso en aquella sala. —. Es imposible que con niveles tan altos, no haya usado un hechizo, de grado medio al menos.

Taissa se quedó rígida en todo momento, viendo como si todo ocurriera con lentitud, que todo se iba por la borda. Aún estaba petrificada cuando el jurado lo halló culpable.

—Señor Scott, lo condenamos a veinte años en las galeras —dijo lady Helene—. Llevénlo a las mazmorras —ordenó —, y finalmente, háganlos pasar.

Las puertas se abrieron y la gente pareció contener el aliento. Alto como un roble, un hombre con ropajes negros desde la chaqueta hasta las relucientes botas arrastró consigo a Alicia, que parecía una niña pequeña a su lado. Su vestido contrastaba con la oscuridad de su opresor, cuya máscara solo dejaba ver los ojos. Taissa lo contempló y sus fríos ojos hicieron que un escalofrío le recorriera la columna y le erizara el vello de los brazos. Era un verdugo.

Lady Meahlly intentó acercarse a ella, pero lord Henry la detuvo. La duquesa de Forest volvió a llamar al chico con sangre feérica mientras hacían que Alicia se arrodillase con las manos atadas a la espalda. Su vestido, tan espléndido como fue una vez, estaba arrugado, roto y sucio, su cabello estaba desordenado y sus ojos rojos, hinchados y asustados. Su cuerpo entero temblaba.

Él dijo —Sí, es ella. Todavía está empapada de magia, vibrante a su alrededor. Es... parece mucha para sólo un hechizo, tal vez fue uno mayor. No lo sé, pero es culpable —El verdugo desenvainó la espada, y el acero brilló con la luz que entraba por las ventanas.

—¡No! ¡Espera! Haré lo que quieras, pídemelo, y será hecho, lo juro —suplicó lord Henry a lady Helene. Ella lo miró con condescendencia.

—No necesito nada de ti —El ceño de lord Henry se frunció profundamente lleno de ira.

—Si le tocas un pelo a mi hija, sabrás lo que es el miedo. Ya he enviado emisarios a todos nuestros amigos, desde una orilla del mar a la otra, y están de nuestra parte. Si no te detienes, habrá guerra —le advirtió, le amenazó. Ella sonrió, encogiéndose de hombros con indiferencia.

—Y la ganaremos.

Taissa apenas fue capaz de reaccionar cuando el acero silbó en el aire, descendiendo con un mandoble.

Eso fue lo que hizo falta para que la cabeza golpeara el suelo, seguido segundos después del cuerpo inmovil. Un mandoble, y su cabeza cayó con lágrimas en los ojos que no llegó a derramar, dejando que una cantidad impensable de sangre empapara la alfombra. Lady Meahlly gritó, llevándose las manos a la boca, un grito tan doloroso que resonó por toda la sala después de haberse detenido.

Taissa no supo qué le pasó, solo que sus pies no la obedecían, que no podía dejar de ver los ojos abiertos de Alicia.

Lord Henry desenvainó la espada, dirigiéndose a por lady Helene, pero el verdugo no se lo pensó dos veces antes de ponerse delante. Lady Meahlly cayó de rodillas con una tez tan pálida, que fue ella la que pareció haber muerto. No era que no lo deseara, poder ocupar su lugar. Se arrastró incapaz de levantarse hasta donde se hallaba la cabeza de su hija, y allí la recogió. Le apartó el pelo castaño empapado de sangre de la cara, y vio los ojos todavía abiertos de Alicia, vacíos y muertos.

Apoyó la cabeza en su regazo, incapaz de ver la realidad,. Taissa miró a lady Meredith, inmovilizada. Estaba tan quieta mirando el cadáver de su sobrina, que cuando cayó de rodillas, hizo que Taissa se asustara. Vio a su alrededor y pareció que el mundo empezaba a hacérsele más claro.

Parecía que todo el mundo luchaba, aunque también hubieron gritos, y personas que huían del lugar que se estaba convirtiendo en un campo de batalla. Taissa escuchó el acero chocar, pero aunque sabía que Jordy intentaba hacer que se moviera, solo podía concentrarse en la espesa sangre roja esparcida por el suelo a unos metros, que llenaba sus fosas nasales con su metálico olor, y que peligrosamente se acercaba a ella.

Y en un segundo, mientras sentía que se rompía, el colgante de su cuello palpitó, hasta que se resquebrajó y se hizo añicos.

El sello se había roto.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now