Capítulo 32: Las mentiras tienen las patas muy cortas (editado)

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Taissa descorrió las cortinas para mirar por la cristalera. Aún no había amanecido, pero sabía que no faltaría mucho y que pronto su alcoba estaría repleta. Apoyó la cabeza en el cristal y pensó en la conversación que había tenido el día anterior, no con Jordy, con quien había tenido una merienda estupenda, sino después.

Ya faltaba poco. Era lo que pensaba cuando hacía que su mente repasara cada palabra que Dylan les había dicho. La cripta. El monstruo. El plan.

Negó con la cabeza e intentó destensarse. Todavía quedaban días para el baile, aún había tiempo.

Taissa escucho el crujido de la madera del suelo al otro lado de la puerta. Ya habían llegado. Las puertas se abrieron y Taissa escuchó el jadeo de una de las chicas nuevas, Josephine, que la miró sorprendida.

—Ya estáis levantada —dijo la chica.

—Hmm —respondió Taissa.

Taissa dejó que la vistieran sin hacer muchos comentarios u objeciones a la ropa que le fueron echando por encima, con la cabeza totalmente en otro lugar. No quería admitirlo, pero se sentía nerviosa. No sabía exactamente por qué, tal vez, porque sin darse cuenta había acabado metida hasta el cuello en un complot político, que aunque estuviera de acuerdo con éste, jamás se habría imaginado involucrada.

Y luego estaba Annwyn.

Annwyn había sido un lugar que aunque en secreto, sus padres habían amado. Taissa había escuchado desde su más tierna infancia los anhelos de su padre por volver, en contra de los deseos de su madre. Al final, nunca lo había hecho. Taissa se preguntaba si su madre sentiría arrepentimientos de haberle negado volver después de que nunca pudiera hacerlo.

Su madre había sido diferente, había nacido y se había criado en Corona, y aunque al final había pasado muchos más años allí, Corona nunca había dejado de ser un hogar para ella. Pero aún humano, Hugo Owens era lo que los humanos consideraban una cría de hada.

Taissa dejó que le cepillaran el cabello pensando en cómo se sentiría al pisar aquellas tierras. Sentía pavor, no porque fuera un lugar peligroso, sino porque éste no pudiera cumplir sus expectativas, unas que su padre había acrecentado en su infancia, diciendo que cuando sus pies rozaran la tierra, esta la reconocería, como si su sangre estuviera en las raíces más antiguas y profundas.

Salió a la salita esperando un desayuno servido cuando vio una cabeza asomando por el respaldo de la silla enfrente suya.

—¿Alicia? —Ella se giró muy sonriente hacia su nueva acompañante —. ¿Qué haces aquí?

—He venido a llevarte conmigo a la ciudad —Con un movimiento de su mano le indicó que se sentara a su lado —. Iremos después de desayunar.

—Espera, ¿qué? ¿Por qué vamos a la ciudad?

—Aparte de para animarte un poco y darte un tour, para encargar nuestros vestidos.

—¿Cómo?

—Resulta que le envié una carta a la modista y me contestó diciendo que tenía un hueco libre por la mañana —Tomó un vaso y lo rellenó de zumo de manzana.

—¿Se lo has dicho a Dani? —preguntó Taissa tomando un trozo de bizcocho de limón.

—Claro, aunque no ha querido desayunar con nosotras. Creo que se iba a quedar durmiendo un rato más, aún así ha dicho que nos esperaría en el carruaje.

Taissa casi se atragantó con el último bocado cuando cayó en algo que Alicia había dicho, sin embargo mantuvo la compostura y le dio un trago al zumo antes de hablar.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now