Capítulo 10: Órdenes que cumplir (editado)

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—Primero tenemos que presentarnos ante el alcalde —apostilló con disgusto —. Supongo que te diriges allí, ¿nos guías? —Le pidió a la sirvienta, que estaba a punto de salir por las puertas cargada con una bandeja en cada mano, y aunque ambas estaban tapadas por una campana, Dylan supuso que serían los postres que les había visto terminar antes de irse. Ella asintió.

—Por supuesto, mi señor.

—Pero tenemos algo más importante que hacer —contestó Taissa. Pues las prioridades estaban claras. El pueblo antes que un ricachón que requiriera de más adulación de la que ya estaba acostumbrado. Además, iban con prisas, pues si no conseguía largarse, habrían estado perdiendo el tiempo —. Siempre podemos ir a verlo después.

—No tardaremos mucho, y debemos seguir el código —continuó, abriéndoles las puertas de las cocinas para que salieran. Taissa chasqueó la lengua, aunque no objetó, pues para qué gastar energía cuando la iba a ignorar.

Caminaron uno al lado del otro, los pasos de él decididos, mientras ella tenía los brazos cruzados, medio enfurruñada. Ambos dos pasos por detrás de la criada. Subieron las escaleras de madera con los escalones crujiendo bajo su peso, y siguieron sin demorarse a su guía.

Aunque la mansión por fuera había parecido deteriorada, por dentro los muebles, nuevos y lustrosos, de detalles minuciosos y claramente hechos por uno de los mejores artesanos de la capital (Dylan reconocía el diseño) hicieron que cambiara de parecer.

A pesar de que no dijeron nada, ambos notaban el ambiente enrarecido y la tensión. Aunque solo se cruzaron con dos sirvientes más, Dylan dudó que hubiese más, pues ya era un gran número para una casa de ese tamaño. Él, que había ayudado con la administración una casa de muchísima más extravagancia, tenía claro que había un buen presupuesto puesto en ella.

Otros dos sirvientes abrieron las puertas, y la sirvienta se inclinó ante su señor antes de acercarse a la gran mesa y depositar la comida. Un hombre de escasa cabellera oscura repeinada hacia un lado con grandes cantidades de vaselina se situaba a la cabeza de la mesa, con una chica de más o menos la edad de Taissa a su derecha. Ésta pudo observar que ambos llevaban unas ricas y llamativas vestiduras, pero lo que los ojos expertos de Dylan captaron fue que la tela de éstas era la que estaba de moda en los altos círculos de la sociedad, que los colores eran llamativos, el número de capas extravagantes y los lazos demasiados para contarlos. El gran vestido de la muchacha podía ser fácilmente el de una duquesa.

—Mi señor —comenzó Dylan, inclinando la cabeza —, el capitán Dylan de Ullers y mi subordinada, Taissa Owens. Hemos venido con nuestros compañeros para ayudarles en lo que podamos hasta que los refuerzos lleguen —. A Dylan no le había gustado el brillo de sus ojos cuando lo había mirado.

—¡Oh! —exclamó llevándose las manos a la boca —. ¡Es un placer conocer a nuestros salvadores! ¡Muchísimas gracias! Sois gente de bien, desde luego. Soy el alcalde de Villarta, Keylor Baas, y esta es mi hija, Carolina.

—Es nuestro deber, y el placer es nuestro —afirmó él —. Nuestro curandero está en la cocina, así que si necesita algo, lo puede encontrar allí.

Dylan fue a dar un paso atrás, cuando el hombre dijo —¡No, esperad! ¿Tenéis dónde quedaros? Puedo hacer que os preparen habitaciones, a vos y a... a vuestros compañeros —añadió mirando a Taissa a su lado, dándole un repaso sucio con la mirada. Dylan frunció el ceño, dando un paso hacia ella, tapando con su cuerpo parte del suyo, pero Taissa se separó de él.

—No va a hacer falta, señor —respondió con voz cantarina y con una sonrisa falsa en la cara —. En estos momentos es bastante posible que nuestra compañera ya haya pagado por nuestra estadía en la posada —Y continuó, inhalando el delicioso aroma del desayuno, a unas cantidades tan exorbitantes que Taissa sintió que si ella hubiese tomado tanto para desayunar lo habría vomitado poco después —. Hmm, la deliciosa fragancia casi enmascara del todo el pesado ambiente enfermizo —terminó arrugando la nariz. El alcalde se tensó con disimulo, y una sombra oscureció sus ojos.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now