Capítulo 12: Una herida abierta (editado)

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El carruaje rebotaba, y Helene, que habría dado lo que fuera por no tener la necesidad de desplazarse en ese trasto, se hallaba de mal humor. Era la razón por la que nunca le había gustado viajar. Aunque, el lugar al que se dirigían tampoco estaba muy lejos.

Pero a sus ojos, incluso con la mueca indispuesta y de morros, le parecía encantadora. Llevaba el cabello sujeto bajo el sombrero que se chafaba contra la pared del carruaje. Vestía con un abrigo grueso de color azul marino y de no haberla conocido durante años, no habría notado que algo la molestaba, y que no era su agria cara de siempre.

Él la quería mucho, más de lo que se animaba a admitir, a pesar de cuánto lo había hecho ya, pero sabía perfectamente por qué la mayoría de los nobles no la encontraban cautivadora. Helene no sonreía a menudo, no fingía que le interesaban las conversaciones o portaba una máscara de afabilidad. Muy a menudo se mostraba como era, calculadora, codiciosa, soñadora. Sin embargo, sus sueños no eran del gusto de los nobles, pues no eran con fiestas de té o vestidos de novia. Ella había deseado ser así antes de darse cuenta de que jamás lo lograría. Ya había estado casada, y lo mejor que le había pasado había sido convertirse en una viuda.

—¿Qué pasa? —preguntó. Helene no levantó la cabeza, pero sus ojos lo miraron.

—Mi hermano —respondió. Él la entendió.

Helene había pensado que a su corta edad, su hermano el rey, sería una marioneta más sencilla de controlar, pero se había dado cuenta de que cada vez le costaba más convencerlo. Aún comía de su mano, pero sabía que no lo haría durante mucho más tiempo.

—¿Algo nuevo? —Él siempre había sido al primero al que le contaba todo lo que le importaba, lo bueno y lo malo, y él mismo también pertenecía a esa categoría. Él había sido su pilar durante años.

—No, pero no dejo de darle vueltas —confesó. Él frunció el ceño.

—No lo hagas. Solo te lo pones más difícil —Ella exhaló —. Lo estás haciendo bien, pero si te ofuscas en la única cosa que no te gusta y desprecias todo lo que te sale bien, entrarás en una espiral de desprecio.

—Ya lo desprecio —Él arqueó una ceja divertido.

—No es verdad —dijo —. Aunque lo odiases, también le quieres.

—Pero a veces el odio me nubla la vista —confesó —No es justo. Ni para mí ni para él.

—Ya lo sé, y él te conoce, sabe perfectamente cuáles son tus sueños, aunque sea incapaz de cumplirlos —le dijo. Ella desvió la mirada —. Helene, mírame. Piensas que tienes el mundo en tus manos, pero yo me pregunto si es él el que te tiene en las suyas. Me pregunto si lo que haces es lo que crees que deberías estar haciendo.

—Sabes perfectamente cómo soy desde los quince años —respondió Helene—. Mi madre me hizo a su imagen, pero ella llevó una corona y yo no. Me enseñó a codiciar, y aunque antes mis sueños eran simples y dulces, hace tiempo que ya no lo son. Ahora sueño que mi tiara de princesa ha sido reemplazada por una corona, y que todos se arrodillan ante mí. Y esos sueños ya no los tengo mientras duermo.

Cada vez que lo admitía se le estrujaba el pecho y se sentía sin aire. Él lo sabía, lo había visto innumerables veces, pero aunque al principio le había parecido simplemente curioso, ahora era fuente de sus preocupaciones. Él sabía qué era odiar, qué era tener ambiciones demasiado altas, demasiado despiadadas e insensibles, aunque eso era todo lo que tenía, pues no poseía más. Ni tierras, ni título, pero la tenía a ella y tenía lo que lo envenenaba incluso en los días más luminosos.

Ambos se necesitaban para tener un poco de paz mental, y sin embargo, cada vez que la paz volvía a desaparecer, cuando se despertaba en una cama de sábanas sucias con ella a su lado, con el rostro sereno, como muy pocas veces lo tenía, él se ahogaba un poco más. Y aún así, siempre volvía. La odiaba y la amaba, tanto como se odiaba y se amaba a sí mismo.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now