Capítulo 5: Imperium (editado)

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Taissa recorría las mesas con una resplandeciente sonrisa en la cara, aunque estaba realmente cansada. Ya habían pasado tres horas.

Taissa había empezado aquel mismo día, y aunque le había costado cogerle el tranquillo en un principio, en ese momento se movía con agilidad. Los consumidores parecían encontrarla simpática, y aunque a veces las manos demasiado largas de éstos le daban ganas de darles unos cuantos puñetazos, por lo general se lo estaba pasando bien. Por lo menos estaba entretenida.

Colocó unos platos de guiso sobre una mesa y escuchó cómo alguien empezaba a tocar un instrumento. Aunque Taissa no era nada experta en música, sí que reconoció que era de viento, y aún así, no tenía idea si era parte del espectáculo del Imperium o si algún cliente se lo había traído.

Acabando cerca de veinte minutos después de fregar un charco que había esparcido al chocar con alguien, sorprendida cuando había escuchado cómo los hombres habían empezado a cantar a coro una canción popular, Taissa recogió el cubo para llevárselo adentro cuando levantó la mirada y vio a aquel soldado tan apuesto.

Y no supo por qué, pero básicamente dio media vuelta y huyó.

Llevaba el cabello despeinado y enredado en una trenza que su madre le había hecho hacía horas, apestaba a alcohol después de que un borracho le hubiese tirado media jarra encima y debía tener una cara cansada y horrible. No podía dejar que la viera así.

Taissa entró por la barra y se metió en la cocina, apoyando la espalda en la pared, sintiéndose avergonzada. Decidió que esperaría allí durante unos cinco minutos hasta que Sarah, la otra camarera, les hubiera atendido, y entonces se sintió estúpida. Ni siquiera lo conocía. Ni siquiera sabía su nombre. Era ridícula.

Levantó los ojos y uno de los cocineros la miró confuso.

—La sala de los trastos es esa —dijo señalando a su derecha. Taissa maldijo, ni siquiera había tirado el agua sucia a la calle.

—¡Chicos! —Exclamó Sarah poniendo un pie en la cocina —. ¡Una docena de alitas de pollo para la mesa seis! —Entonces miró a Taissa y el cubo —. ¡Aquí estás! ¿Qué estás haciendo? Primero tienes que tirar el agua. Anda, dame. Llévales a la mesa seis una jarra de vino, otra de cerveza y dos chupitos de néctar de manzana —El néctar de manzana era un tipo de chupitos que se habían hecho muy famosos en la ciudadela de Asterin y cuya receta era secreta. Era básicamente la razón de que hubiera tanta gente y seguramente también de que hubieran necesitado más personal.

Taissa tragó y se asomó a la taberna, contando las mesas para saber si tenía la mala suerte que ella se creía. Y ahí estaba.

No llevaba uniforme, pero su cabello era bastante fácil de reconocer, en gruesas hebras rubias. Taissa no quiso admitir que se sentía atraída hacia él como las abejas a la miel, pero era la pura verdad. Él la vió y se le escapó una sonrisa, casi involuntaria. La saludó con un asentimiento de cabeza que hizo que un fino mechón se le descolocase. Taissa intentó no ser muy obvia al mirarlo mientras se decía que no fuera una idiota. Le devolvió el saludo y fue a prepararles lo que Sarah le había dicho mientras veía como ésta salía de la taberna.

Habiendo preparado todo, lo colocó en una bandeja y sorteando lo que parecía un camino más peligroso que los acantilados de Rainfall, llegó hasta su mesa sin derramar una gota. Escuchó a los guardias hablar entre ellos divertidos y juguetones mientras ella dejaba las jarras y los vasos.

Mirándolos disimuladamente, Taissa notó que ninguno de ellos eran muy parecidos. De distintas edades, con distintas alturas, tonos de piel y de cabello, parecían que eran de distintas partes del reino, lo que era muy probable. De Ullers mismo podría haber sido del sur por su bronceada piel, o bien del oeste por ese color de cabello. Se apostó consigo misma que debía ser de la costa sur del condado de Realm.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now