Capítulo 42: Furia (editado)

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Los trozos del colgante cayeron al suelo, mezclándose con la sangre derramada, salpicando su vestido. Taissa no supo qué la hizo gritar.

El sonido salió de lo más recóndito de su garganta, un grito agudo y duradero que rompió las ventanas mientras su cuerpo empezaba a cambiar dolorosamente. Aunque tal vez el dolor no provenía realmente de su cuerpo, sino de algo más profundo, o de ambos. Su piel pareció desgarrarse hasta dejar al descubierto una nueva, más suave y dura, incapaz de ser atravesada por una espada de acero. Sus orejas se alargaron, puntiagudas y habilidosas, y su rostro se endureció, con los prominentes pómulos que representaban a su gente. Sus ojos podían anticipar el movimiento de los que luchaban, que se habían detenido al ver el brillo. Y al final, su cabello se volvió azul aguamarina, con mechones claros y oscuros, del color del mar en las costas de Ralm, cuando era mediodía y el sol estaba en la cúspide del cielo.

Cuando el cambio acabó, el silencio reinó por toda la sala, expectantes, temerosos, como deberían haberlo estarlo, porque con toda su rabia, odio y dolor, soltó una oleada de poder que hizo que sus pies se despegasen del suelo con violencia, los de cada uno de ellos, y que sus cuerpos se estrellasen contra las paredes. A todos, incapaz de controlarlo, sin tampoco querer hacerlo en absoluto.

Escuchó el sonido de sus cabezas estrellarse contra la piedra, pero no sólo eso, sus respiraciones exaltadas, en busca de aire, sus gemidos de dolor, sus corazones latentes, podría incluso escuchar la sangre circular a través de sus vasos sanguíneos. Cogió una daga, de las tantas armas que habían caído junto a los que ya habían muerto. Porque Alyssa tenía razón, la ropa humana no le daba libertad de movimiento. Y desgarró el vestido abriendo una abertura desde la altura de su muslo hasta el final de la falda.

El primero que fue capaz de levantarse y reaccionar, se abalanzó hacia ella, aunque no pudo ni alzar la espada, pues Taissa le rajó la garganta sin ningún miramiento. Era más veloz de lo que lo había sido en toda su vida, aunque la falta de práctica hizo que sus pies se resbalasen, dándose de bruces contra el suelo, manchando su cara de rojo. De rodillas, mientras intentaba quitarse la sangre de su rostro con el brazo, los observó mirarla, asustados, enfadados, temblando. Se levantó rápidamente, a tiempo para cuando escuchó desde su espalda el sonido silbante del acero. Estaba segura que sus ojos se veían como los de un depredador mirando a su presa, pues los suyos estaban fruncidos y llenos de terror, y ella apenas se movió guiada por su instinto de supervivencia y por la venganza, sin reparar un instante en si era lo correcto o no. Hacía tanto que no se veía a un fae, o que no se presenciaba la magia, y menos de manera tan violenta, que estaban conmocionados, lo que los hizo actuar sin pensar.

Un hombre se lanzó a por ella, Taissa ya no sabía si estaba con lady Helene o lord Henry, no creyó que importara ya. Todos eran enemigos.

El hombre avanzó casi dejándose caer hacia su cuerpo con la espada en mano. Taissa dio un giro hacia uno de sus lados torpemente, y aunque le atrapó la falda del vestido con su rodilla, ella le dio una patada que hizo que le cortase la pierna al ver carne que herir, pero mientras su espada estaba haciendo que la herida que abría en su pierna ardiese, Taissa le clavó la daga en el estómago. Sus ojos se abrieron, sorprendidos, como si hubiera encontrado algo curioso... y más sangre empezó a salir atropelladamente. El hombre cayó. No se movía. Estaba muerto, como el otro. Aún así, ellos siguieron viniendo a por ella mientras los que consideraba amigos la miraban horrorizados, su piel, pecho, brazos y vestido se llenaban de sangre poco a poco. Lord Henry fue a por Helene y cuando un soldado intentó detenerlo, la sala empezó de nuevo a llenarse del sonido de lucha.

El efecto sorpresa había desaparecido, y ahora solo había rabia. Su siguiente víctima fue un hombre joven, casi un muchacho, que fue a por ella con un mandoble de su espada, pero que Taissa esquivó con facilidad porque tenía tanta experiencia en batalla como ella, y era lento y dudaba de sus movimientos. Tomando su espada en su lugar, le dio un codazo en su brazo tan fuerte que Taissa creyó que le había roto un hueso, lo que lo hizo gritar, y cuando sus ojos coincidieron por un segundo, en ellos sólo vio a un monstruo. A pesar de que era ella reflejada.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now