Capítulo 11: Forasteros (editado)

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Taissa y Dylan siguieron el mismo camino de vuelta, ambos sumergidos en sus pensamientos, en lo extraño que todo en ese lugar parecía. Esa advertencia lo había dejado con mal cuerpo, pues uno no advertía en vano, y menos si el mensaje iba dirigido a alguien que cargaba una espada afilada.

Tal vez la mujer se había pensado que tendría piedad con una señora mayor, o tal vez no daba una impresión tan dura como la que él se pensaba. Igualmente, se estaba preocupando por el tiempo que estaban perdiendo, aunque no desperdiciando. Pues aunque sus asuntos pendientes eran importantes, también lo era capturar a ese hombre de las cicatrices que parecía más que un simple ladrón, sin contar que por obra de los dioses había dado con el enigma que sin ser consciente había estado buscando.

Si dejaba que se le escurriese de las manos... Dylan estuvo a punto de maldecir, cuando Taissa lo avisó dándole suaves codazos.

Pronto estuvieron frente a Dani y Chris, quienes discutían algo con no muy buena cara. Chris lo saludó con un asentimiento.

—¿Has cortado los caminos? —preguntó.

—Sí, ha sido pan comido. Los alguaciles no estaban muy contentos con nuestra llegada, pero no han discutido cuando he aludido a la diferencia de rangos —Dylan chasqueó la lengua.

—Yo ya he pagado por nuestras habitaciones —comentó Dani, poniéndose un mechón pelirrojo por detrás de la oreja —, y el dueño de la posada me ha preguntado varias veces si estaba segura.

—¿Y cuántas noches has pagado? —preguntó Dylan.

—He pagado tres, aunque no sé si me parecen pocas —respondió. Dylan hizo un gesto con la mano, restándole importancia —. También he tenido el placer de conocer a una mujer que me ha explicado lo que está pasando.

—¿Algo interesante?

—¿Aparte de que aparentemente llevan así casi un mes...? Y cuando he intentado verificar el número de muertos, se ha reído.

—O sea, que no han sido 4 —comentó Taissa, cruzándose de brazos. Dani la miró y negó.

—Yo solo os he contado lo que me contó el posadero —explicó Chris —. Supongo que una pandemia no es buena para el negocio.

—Por dios —dijo Dylan, con los ojos clavados hacia abajo. Parecía estar pensando —. A ver, Jordy nos ha aconsejado... bueno, aconsejado... ha impuesto un toque de queda a partir de las ocho. Quiero que vayáis puerta por puerta advirtiendo de las nuevas medidas. Además, todos los infectados van a ser aglomerados en la casa del alcalde desde el toque de queda hasta las diez, también tenéis que avisarlos. Los cuatro (o cinco, si Rob está de vuelta para entonces) nos encargaremos de ello.

—Dylan —lo llamó Taissa. Éste la miró —, ¿al final no nos quedamos en la casa del alcalde?

—No —respondió seguro —. Prefiero que nos quedemos fuera.

—Vale —respondió ella, ignorando el alivio —. ¿Volvemos con Jordy?

—Sí —Se volvió a los otros dos y dijo —, nos vemos luego.

—Deséanos suerte —Dani soltó un suspiro —. No creo que todos estén de acuerdo... aunque supongo que eso nos da igual —Dylan asintió.

—Que nadie os muerda —les dijo Dylan con una sonrisa ladeada.

—Igualmente —respondió Chris con una sonrisa antes de que se alejaran.

En cuanto se hubieron alejado, Taissa preguntó a Dylan —¿Que nadie os muerda? —Dylan rió.

—Es una cosa nuestra —Taissa no comentó nada más, aunque se moría de curiosidad.

Taissa observó como la sonrisa de Dylan moría, reemplazada por una mueca en cuanto dieron dos pasos más hacia la casa del alcalde, que se veía lúgubre y la causante principal de las pesadillas que desde ese día pudieran tener. Taissa notó el disgusto en su cara, pero lo entendió. Tendría que informar al alcalde de que al final, a pesar de lo grandiosa de su oferta, tendrían que rechazarla. Aunque aún así, ambos preferían acarrear con esa tarea que quedarse en ese lugar, que parecía encantado con fantasmas. Con el mediocre conocimiento que Taissa tenía de magia, no tenía ni la menor idea si de hecho existían los fantasmas, pero de solo pensarlo le recorrió un escalofrío.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now