Capítulo 24: Cortina de humo (editado)

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Taissa se despertó con el sonido de unos gritos. Podía escuchar enfadado a Dylan, alzando la voz y llegando hasta allí aunque la puerta estuviese cerrada.

Debía estar en el pasillo, aunque parecía llegar del otro lado de la puerta, de la salita. Taissa no supo por qué, pero le dolían la cabeza y los ojos, como si éstos últimos estuviesen hinchados. Se destapó y salió de la cama, poniendo sus pies sobre el frío suelo. Cuando miró a la habitación, frunció el ceño, sin reconocerla. Había algo mal en la distribución de los muebles y en éstos mismos. Que recordara, el armario estaba al otro lado y la puerta del bañ...

Las imágenes llegaron a ella en flashes, haciéndola caer arrodillada a los pies de la cama. La cena, sus ayudas de cámara, Anna y Serena, la bañera, el monstruo. Su estómago no pudo con los recuerdos y se le revolvió, provocandole una arcada que intentó contener poniendo una mano en su estómago y en su boca sin éxito.

Recordaba a Dylan, lo recordaba arropándola con una sábana, y también la sangre de la cosa esa, y la suya propia. Recordaba quedarse sin aire, su visión borrosa, al igual que pensar en que iba a morir. No pudo más y todo lo que cenó, lo vomitó sobre la alfombra del suelo. Taissa sintió las arcadas peor que cualquier otra cosa, irritándole la garganta y haciendo que se sintiera fatal, y aunque intentó parar, no pudo.

La puerta se abrió con un estruendo y Dylan entró, llenando la habitación de luz, a oscuras por las cortinas que tapaban las vistas. Su cara hizo una mueca al ver el vómito, y luego sus ojos se encontraron. Él frunció el ceño preocupado.

El cuerpo de Taissa tiritaba, sentada sobre el frío suelo de mármol con sólo un camisón que no recordaba haberse puesto. Dylan se acercó, y se arrodilló a su lado, buscando un lugar limpio.

—¿Estás bien? —Taissa no se movió ni habló, temiendo volver a vomitar si lo hacía —. Vale, tranquila —Puso un brazo tras su espalda, el otro lo pasó por debajo de sus rodillas y la levantó, alzándola en sus brazos. Taissa pasó un brazo por su cuello agarrándose a él mientras traspasaban las puertas y dejaban el mal olor. Su cuerpo se balanceaba a cada paso que daba, y Taissa se aferró a él, tan cansada como si no hubiese dormido nada. La dejó sobre el sofá de la pequeña salita, y entró de nuevo en la habitación, sin quedarse más que unos segundos. Cuando salió, llevaba una manta que le pasó por los hombros —. ¿Mejor? —Esa vez Taissa asintió. El reloj de la pared le indicaba que de hecho había dormido bastante, aunque no demasiado bien.

—¿Dónde estoy? —Sentía la garganta destrozada. Hacía apenas una semana que casi había sido ahorcada por Dylan al intentar salvarla del vacío agarrándola de la capa atada al cuello, y luego habían intentado asfixiarla. El número de ocasiones en las que casi había muerto en tan poco tiempo la asustaba.

Taissa se fijó en que el corte estaba tapado, pero aún así, le dolía al moverse. La sala no era muy diferente a la suya, aunque sin chimenea y con unas puertas de cristal en una pared que daba a una enorme terraza. La luz pasaba a través de éstas más de lo que le hubiese gustado.

—En mi cuarto, ¿recuerdas lo que pasó ayer? —Taissa asintió —. Te traje aquí. Estabas asustada y me quedé contigo un rato.

—Gracias —Su voz salió con un sollozo afónico que no pudo evitar. Intentó respirar y calmarse, acompasar su respiración. Así que empezó a contar en su cabeza para tranquilizarse aunque fuese un poco. Uno, dos, tres, cuatro...

—Está bien —Dylan le puso un mechón oscuro de su cabello tras la oreja mientras decía —. Ahora me tengo que ir, ¿vale?

Taissa no quiso que se fuera. No quería que la dejara sola, sin importar lo que dijera. No podía. Agarró la tela blanca de las mangas de su camisa, intentando impedir que se alejara de ella.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora