Capítulo 17: La tierra ancestral (editado)

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Taissa tiró de su brazo, intentando deshacerse del agarre que Dylan ejercía sobre ella. Vio el panorama en el que se encontraba mientras sentía que dejaba de respirar. Él lo había matado, y el cadáver se enfriaba en el suelo empapado de sangre, que se extendía a su alrededor.

La noche era fría y aún así, hubo un calor extraño dentro de ella, como si hubiera un fuego ardiendo en su interior que se negaba a extinguirse. Taissa miró a Dylan a dos metros de distancia, inmóvil como una piedra, debatiéndose entre dejar que cundiera el pánico en su cerebro, desatar aquel miedo, aquel sentimiento más oscuro y perder el control de sí misma, de su cuerpo, o mantener la calma.

Pero cuántos más segundos pasaban, menos recordaba en lo que estaba pensando. La imagen del hombre, la boca abierta en "o" y una última bocanada antes de que sus ojos dejaran de enfocarla, sus miradas encontradas. No podía quitárselo de la cabeza.

Taissa se dobló por la mitad e intentó que llegara aire a sus pulmones, pero nada entraba, como si hubiera algo tapiando su tráquea. Empezó a dar bocanadas, sintiendo que se asfixiaba. Se había convertido en un sentimiento conocido aquella noche. Se agarró la garganta y cayó de rodillas.

Taissa apenas vio cómo Dylan se arrodillaba delante de ella lleno de desazón y le hablaba. La tocaba con esas manos manchadas de sangre. Sangre. La sangre la estaba manchando. La sangre volvía a teñir su alma. La muerte se convertía en una compañera. Una de la que no podía separarse. Dylan la zarandeó, llamándola por su nombre. Taissa lo miró, a esos preciosos ojos verde aceituna. Tenían una mirada preocupada.

—Es un ataque de pánico, Taissa —le dijo, sujetándola con fuerza, haciendo que le prestara atención —. Necesito que te enfoques en mi voz.

Pero sus manos estaban repletas de sangre.

—Escúchame —le dijo —. Escúchame, tienes que tranquilizarte —Pero Taissa presionaba su pecho con ahínco, como si le pidiera a sus pulmones que funcionaran.

Los segundos pasaban y cada vez le costaba más recordar dónde estaba, por qué estaba así, y por qué iba a asfixiarse hasta morir.

—No.. no puedo... no puedo —consiguió responder.

—Cierra los ojos, ciérralos —repitió para que le hiciera caso. Taissa lo hizo, cerrándolos con fuerza —. Escucha mi voz, centrate en ella. Estoy aquí, estoy contigo.

Taissa escuchó esa voz que a pesar de haber escuchado por primera vez hacía solo unos días, dudaba que fuera a olvidar. Era aterciopelada, o lo que quisiera que eso significaba. Taissa solo sabía que su suavidad la rodeaba como un manto protector.

—Tienes que respirar hondamente, profundamente —Taissa lo intentó, y aunque las dos primeras veces fueron ásperas y costosas, poco a poco pudo hacerlo como le pedía. Taissa abrió los ojos, y lo vio totalmente concentrado en ella. Sus ojos se encontraron.

Ya no le molestaba que sus manos estuvieran manchadas de sangre.

Ella también lo estaba.

—Estoy... estoy bien —afirmó, relajando los hombros, aunque no lo parecía.

Dylan levantó la mano derecha de su brazo con un titubeo y le apartó un mechón de ónice negro detrás de la oreja. Acarició la piel de su sien y Taissa agachó la cabeza y volvió a cerrar los ojos. Su caricia era relajante.

Sin embargo, el calor de su cuerpo se evaporó tan pronto como se apartó.

—Tenemos que deshacernos del cadáver —dijo Dylan levantándose y ofreciéndole su mano. Taissa la tomó y se levantó —. Antes de que alguien venga. No creo que hayamos tenido la suerte de que nadie nos escuche.

El grimorio robado (La corte de los desterrados #1)Where stories live. Discover now